martes, 19 de abril de 2011

CSV - CUARTOS MEDIOS - ANTROPOLOGÍA - PRESENTACIÓN PPT - INTRODUCCIÓN - ÉTICA

Saludos Estudiantes:

En el marco del curso de Antropología y ética, comenzamos a ver una pequeña introducción a la ética y las corrientes vigentes hoy en día, y así como una presentación de los conceptos centrales de una ética cristiana.

Les dejo una presentación de powerpoint para su estudio.



Acá les dejo un video de YOUTUBE que explica los cambios cotidianos que introduce la posmodernidad.



Además otro video español bastante interesante sobre el tema de las tribus urbanas. fué hecho el 2010.

http://youtu.be/pYWI4Aijw1M

ojalá les interese!

domingo, 17 de abril de 2011

CUARTOS MEDIOS CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS ESPECÍFICOS - TEXTOS PARA ESTUDIO - LA SABIDURÍA DE LOS MITOS

TEXTO 3: LA SABIDURÍA DE LOS MITOS.
AUTOR: LUC FERRY.
LIBRO: “APRENDER A VIVIR II”.
AÑO: 2009  


Centenares, incluso millares de obras y artículos se han consagrado a la única cuestión del estatus de los mitos griegos: ¿Hay que clasificarlos bajo el epígrafe “cuentos y leyendas”? ¿O en la sección religiones? ¿Al lado de la literatura y la poesía? ¿O mejor en las esferas de la política y la sociología? La respuesta que aporto en este libro es muy clara: en primer lugar y ante todo, la mitología, tradición común a toda una civilización y religión politeísta, no es por ello menos una filosofía hecha relato, un intento grandioso con intención de responder de manera laica a la cuestión de la buena vida por medio de lecciones de sabiduría vivas y carnales, vestidas de literatura, poesía y epopeyas, y no enunciadas dentro de argumentaciones abstractas. En mi opinión, es esta dimensión indisolublemente tradicional, poética y filosófica de la mitología la que hace que todavía tenga para nosotros interés y encanto.



La mitología nos suministra mensajes de una profundidad sorprendente, perspectivas que abren a los humanos las sendas de una vida buena sin recurrir a las ilusiones del más allá, una manera de enfrentar la “finitud humana”, de plantar cara al destino sin sostenerse en los consuelos que las grandes religiones monoteístas pretenden aportar a los hombres apoyándose en la fe. La mitología esboza, tal vez por primera vez en la historia de la humanidad, los lineamientos de lo que he denominado una “doctrina de la salvación sin Dios”  una “espiritualidad laica”, o si se quiere todavía con más simplicidad, una “sabiduría para los mortales”. Representa de este modo un intento admirable con vistas a ayudar a los hombres a “salvarse” de los miedos que les impiden acceder a una buena vida.
Para comprender bien esta articulación entre mitología y filosofía, para medir el significado y la importancia de las lecciones de vida que van a aportar las dos, cada una a su manera pero ligadas entre ellas, hay que partir de la idea de que a los ojos de los griegos el mundo de los seres conscientes, de las personas, se divide antes que nada entre mortales e inmortales, entre hombres y dioses.
La principal característica de los dioses es que escapan a la muerte: en cuanto nacen (pues no han existido siempre), viven eternamente y lo saben, por lo que según los griegos son “bienaventurados”. Por supuesto, de vez en cuando pueden tener problemas, como Hefestos (o Vulcano) cuando descubre que su mujer, la sublime Afrodita, diosa de la belleza y el amor, le engaña con su compañero de guerra, el terrible Ares (Marte). A veces los bienaventurados son desgraciados. Sufren como mortales, experimentan pasiones como ellos: amor, celos, odio, ira,…suelen mentir y ser castigados por el dueño de todos, Zeus. Pero al menos hay un sufrimiento que desconocen y es sin duda el más funesto de todos: aquél que está ligado al miedo a la muerte, pues para ellos el tiempo no cuenta, nada es definitivo, irreversible, irremediablemente perdido, lo que les permite afrontar las pasiones humanas con una altura de miras y una distancia a las que nosotros no podríamos aspirar. En su esfera todo puede acabar por arreglarse un día u otro.
Nuestra principal característica, simples humanos que somos, es a la inversa. Al contrario que los dioses y los animales, somos los únicos seres de este mundo que tienen plena conciencia de lo Irremediable, por el hecho de que vamos a morir. No solamente nosotros, sino además también los que amamos: nuestros padres, nuestros hermanos y hermanas, nuestras mujeres y nuestros maridos, nuestros hijos, nuestros amigos… Constantemente sentimos que el tiempo pasa y que, sin duda, a veces nos aporta mucho – la prueba: amamos la vida -, pero inevitablemente también nos quita lo que más queremos. Y aunque parezca mentira, somos los únicos que notamos con una intensidad sin igual que en nuestras existencias hay, incluso antes del término último que es la muerte propiamente dicha, lo irreversible, lo irreparable, lo “nunca más”.
Los dioses no padecen nada de esto y con razón, ya que son inmortales. En cuanto a los animales, en la medida en que podamos valorarlos, apenas piensan en esos asuntos, y si a veces son conscientes un instante fugaz, es sin duda de forma muy confusa y sólo cuando el fin es inminente. Por el contrario, los humanos son como Prometeo, uno de los personajes más importantes de la mitología: piensan “por anticipado”, son “seres de lejanías”. Siempre tratan más o menos de anticipar el futuro, reflexionan sobre ello, y como saben que la vida es corta y escaso el tiempo, no pueden evitar preguntarse qué hay que hacer…
Hay dos formas de enfrentar nuestra “finitud”. Se puede en primer lugar intentar tener hijos o como se dice con mucha propiedad, una “descendencia”. ¿Cuál es la relación de esa descendencia con el deseo de eternidad que alumbra en nosotros la contradicción entre la certeza de la muerte y el placer de la vida? En realidad es muy directa, pues sabemos muy bien que a través de nuestros hijos, algo de nosotros continúa sobreviviendo más allá de nuestra desaparición. En lo físico y en lo moral: los rasgos del cuerpo y del rostro, así como los del carácter, se encuentran siempre más o menos en aquellos que hemos criado y amado. La educación siempre es una transmisión y toda transmisión es en cierto modo una prolongación de uno mismo que nos rebasa y no muere con nosotros. Dicho esto, sean cuales sean la grandeza y las alegrías de la vida de los padres – las preocupaciones también…- sería absurdo pretender que basta con tener hijos para acceder a la vida buena. Menos aún para superar el miedo a la muerte. Todo lo contrario. Pues esta angustia no nace principalmente de uno mismo sino que atañe a los que amamos, empezando por los hijos.
Así pues, es necesaria otra estrategia: la del heroísmo y la gloria que proporciona. He aquí la idea que se esconde detrás de esta convicción singular: el héroe que lleva a cabo acciones impensables para los simples mortales – como Aquiles, Ulises, Heracles, Jasón – escapa al olvido que normalmente engulle a los hombres. Se aleja del mundo de lo efímero, de lo que no tiene más que un tiempo, para entrar en una especie, si no de eternidad, a menos de perennidad que lo asemeja en cierto modo a los dioses. No hay equivoco: esta gloria, en la cultura de los griegos no es equivalente de lo que hoy podríamos llamar “notoriedad mediática”. Se trata de otra cosa, más profunda, que procede de esa convicción que atraviesa toda la antigüedad según la cual los humanos están en competencia permanente no sólo con la inmortalidad de los dioses, sino también con la de la naturaleza. Intentemos resumir en unas palabras el razonamiento que sirve de base a este pensamiento crucial.
En primer lugar hay que recordar que, en la mitología, al principio, la naturaleza y los dioses son una sola cosa. Gea por ejemplo, no es sólo la diosa de la tierra ni Urano el dios del cielo o Poseidón el del mar: son la tierra, el cielo y el mar, y a los ojos de los griegos está claro que estos grandes elementos son eternos al igual que los dioses que los personifican. Tratándose de la naturaleza, esta perennidad está, además, prácticamente demostrada y se puede verificar experimentalmente. ¿Cómo se sabe? Al menos, en un primera aproximación, mediante la simple observación. En efecto, todo en la naturaleza es cíclico. Invariablemente, el día sucede a la noche, y la noche al día; el buen tiempo acaba siempre por llegar después de la tormenta, como el verano después de la primavera y el otoño después del verano. Los principales acontecimientos que marcan la vida del mundo natural evocan, por así decirlo, nuestros recuerdos. Siempre van a volver a ocurrir, no los podemos olvidar. Por el contrario, en el mundo humano, todo pasa, todo es perecedero, la muerte y el olvido terminan por llevárselo todo: las palabras que se pronuncian así como las acciones que se llevan a cabo. Nada es duradero… ¡salvo la escritura! Así es, los libros se conservan mejor que las palabras, mejor que los hechos y que los gestos y si, por sus acciones heroicas, por la gloria que proporcionan, uno de los héroes – Aquiles, Heracles, Ulises u otro – logra convertirse en el protagonista de una historia u de un relato literario, entonces sobrevivirá en cierto modo a su desaparición, aun cuando no fuera más que por el recuerdo que permanece en nuestras mentes.
Sin embargo, a pesar de la fuerza de convicción subyacente a esta apología de la gloria hecha perenne mediante la escritura, la cuestión de la salvación – lo que nos puede salvar de la muerte o, al menos, de los miedos que ella suscita – no está todavía zanjada. 
De ahí el interrogante fundamental, el interrogante al cual es preciso responder si queremos comprender al mismo tiempo el sentido filosófico y el  hilo conductor más profundo de los mitos griegos: si la descendencia y el heroísmo, la filiación y la gloria, no permiten afrontar la muerte con más serenidad, si no proporcionan un acceso verdadero a la vida buena, ¿Hacia qué sabiduría dirigirse? Ésta es la cuestión más importante, cuestión que la mitología va a legar, por así decirlo, a la filosofía. En muchos de sus conceptos más antiguos, y en el  principio de su historia, la filosofía no será más que una continuación de las ideas de la mitología por otras vías: las de la razón. Unirá de manera indisoluble las nociones de “vida buena” y sabiduría a la de una existencia reconciliada con el universo, con lo que los griegos denominan “el cosmos”. La vida en armonía con el orden cósmico, he aquí la verdadera sabiduría, la vía autentica de salvación en el sentido de lo que nos salva de los miedos y nos hace así ser más libres y abiertos a los demás.
En la mayor parte de la tradición filosófica griega hay que imaginar el mundo antes que nada como un orden magnífico a la vez que armonioso, justo, bello y bueno. Eso es exactamente lo que designa la palabra cosmos. En opinión de los estoicos, por ejemplo, a los que con mucha razón se refiere el poeta latino Ovidio en sus Metamorfosis  (obra en la que reinterpreta los mitos que tratan del nacimiento de mundo) el universo se asemeja a un organismo vivo magnífico. Para hacerse de una idea de ello, puede comparársele casi enteramente con lo que un médico, fisiólogo o biólogo descubre cuando diseca un conejo o un ratón. ¿Qué es lo que ve? En primer lugar, que cada órgano esta maravillosamente adaptado a su función: ¿hay algo mejor que un ojo para ver, que los pulmones para oxigenar los músculos, que el corazón para irrigarlos de sangre? Todos estos órganos son mil veces más ingeniosos, más armoniosos y también más complejos que todas las maquinas concebidas por los hombres. Pero, además, nuestro biólogo llega a otra conclusión: ve que el conjunto de esos órganos, que ya considerados por separado son asombrosos, forma un todo coherente, “lógico” – en el sentido de lo que los filósofos estoicos denominaban el logos: el ordenamiento coherente del mundo y el discurso sobre él- infinitamente superior a todas las invenciones humanas. Desde ese punto de vista, hay que reconocer que la creación de un animal, siquiera el más humilde, una hormiga, un ratón o una rana, está todavía en nuestros días fuera del alcance de nuestros laboratorios científicos más sofisticados.
La idea fundamental aquí es que en ese orden cósmico, que más adelante desvelará la teoría filosófica – veremos cómo, según los grandes relatos mitológicos, Zeus acabará por imponer ese orden en el transcurso de las guerras que deberá dirigir contra las fuerzas del caos – cada uno de nosotros posee su sitio, su “lugar natural”. Desde ese punto de vista, la justicia y la sabiduría consisten fundamentalmente en el esfuerzo que hacemos para acoplarnos en él. Debemos encontrar nuestro lugar en la vida y retornar a él so pena de no estar en condiciones de cumplir nuestra misión en el seno del universo y de ser entonces desgraciados: he aquí un mensaje que la filosofía griega, al menos en su mayor parte, va a poder extraer de la mitología.
Detrás de esta voluntad de adaptarse al mundo, de encontrar su justo lugar en el seno de todo orden cósmico, se esconde en realidad una idea más oculta que se acerca a nuestro interrogante sobre el sentido de la vida de los mortales, de los que saben que van a morir: el mensaje consiste en pensar que el cosmos es eterno. Una vez incorporado al cosmos, una vez que su vida entra en armonía con el orden cósmico, el sabio comprende que nosotros, hombrecillos mortales, no somos en el fondo más que un fragmento suyo, un átomo de eternidad, por así decirlo, un elemento de una totalidad que no podría desaparecer, de modo que, en última instancia, la muerte deja de ser un problema para el sabio auténtico porque ya no tiene nada verdaderamente real. O mejor dicho, no es más que el paso de un estado a otro, un paso que como tal, no debe asustarnos más.
De ahí el hecho de que los filósofos griegos recomienden a sus discípulos que no se contenten con palabras, que no se limiten a meros discursos abstractos, sino que practiquen concretamente ejercicios que tiendan a ayudar a los mortales a liberarse de los miedos absurdos ligados a la muerte a fin de vivir en “armonía con la armonía”, es decir, en consonancia con el cosmos.
Está claro que eso no es más que una formulación completamente abstracta y, por así decirlo, reducida de esta sabiduría antigua. En la realidad de la vida humana, el trabajo que consiste en adaptarse al mundo consta de múltiples facetas. Es un trabajo singular en todos los sentidos del término, una tarea fuera de lo común: sólo los que aspiran a la sabiduría van a comprometerse, y ésta tarea al “común de los mortales”, precisamente le es ajena. Pero también es una empresa singular en el sentido de que cada uno de nosotros debe comprometerse por su propia cuenta y a su manera. Ninguno puede, en nuestro lugar, recorrer el itinerario que conduce a vencer sus miedos para adaptarse al mundo y encontrar en él su lugar. El objetivo último, formulado de manera general es la armonía, pero cada individuo debe buscar su forma de conseguirla. Encontrar su senda, que no es la de los otros, puede por lo tanto constituir la tarea de toda una vida.  

CUARTOS MEDIOS CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS ESPECÍFICOS - TEXTOS PARA ESTUDIO - APRENDER A MORIR

TEXTO 3: LA FILOSOFÍA ES APRENDER A MORIR.
AUTOR: LUC FERRY.
LIBRO: “APRENDER A VIVIR. FILOSOFÍA PARA MENTES JÓVENES.
AÑO: 2007 


La pregunta evidente “¿qué es la filosofía?” es una de las más controvertidas que conozco. La mayoría de los filósofos actuales siguen dándole vueltas sin lograr ponerse de acuerdo en cuál es la respuesta.
Cuando cursaba mis últimos años de bachillerato, mi profesor me aseguraba que se trataba “simplemente” de “formar nuestro espíritu crítico con vistas a la autonomía”, de un “método de pensamiento riguroso”, de un “arte de la reflexión” que hundía sus raíces en una actitud basada en el “asombro” y el “planteamiento de preguntas”. Éste es el tipo de definiciones que aún hoy seguirás encontrando diseminadas por los manuales de iniciación. 
A pesar de todo el respeto que me inspiran personalmente las definiciones de este tipo, debo decir que no tienen mucho que ver con el fondo de la cuestión.
Es cierto que es deseable que en filosofía se reflexione. Que, a ser posible, se piense con rigor, en ocasiones incluso siguiendo un método crítico o planteando preguntas. Pero todo eso no es nada, absolutamente nada específico. Estoy seguro de que a ti mismo se te ocurren muchísimas otras actividades humanas que requieren del planteamiento de preguntas, o en las que uno debe esforzarse por argumentar lo mejor que sabe sin que ello implique que uno tenga que ser filósofo.
Los biólogos y los artistas, los médicos y los novelistas, los matemáticos y los teólogos, los periodistas e incluso los políticos reflexionan y se plantean preguntas. Sin embargo no son, que yo sepa, filósofos.
Voy a proponerte que nos alejemos de esos lugares comunes y aceptes provisionalmente, hasta que lo veas con más claridad por ti mismo, otro enfoque.
Partiremos de una consideración muy simple, pero que contiene el germen de la pregunta central de toda filosofía: el ser humano, a diferencia de Dios – si es que Dios existe – es mortal o, por decirlo como los filósofos, es un ser  “finito”, limitado en el espacio y en el tiempo. Pero a diferencia de los animales, es el único ser que tiene conciencia de sus límites. Sabe que va a morir y que también morirán sus seres queridos. No puede evitar hacerse preguntas ante una situación que, a priori, resulta inquietante, por no decir absurda o insoportable. Y, evidentemente, ésta es la razón por la que en primer lugar se acerca a las religiones que le prometen la salvación.
Quiero que comprendas bien esta palabra – salvación – y también que entiendas como las religiones intentan hacerse cargo de las cuestiones que suscita. De hecho, lo más sencillo para empezar a definir la filosofía es, como tendrás ocasión de comprobar, ponerla en relación con el proyecto religioso.
Abre un diccionario y verás que el término “salvación” designa ante todo “el hecho de ser salvado, de escapar de un peligro o de una gran desgracia”. Muy bien, pero ¿de qué catástrofe, de qué peligro pretenden ayudarnos a escapar las religiones? Ya conoces la respuesta: evidentemente, se trata de la muerte. Ésta es la razón por la que todas se esfuerzan, de modos diversos, por prometernos la vida eterna, por asegurarnos que un día volveremos a reencontrarnos con aquellos que amamos, familiares, o amigos, hermanos o hermanas, maridos o esposas, niños o bebes, de los que la existencia terrena, ineludiblemente nos va a separar.

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 Hay que reconocer que esta idea tranquiliza bastante. En efecto, después de todo, ¿qué es lo que deseamos? No estar solos, ser comprendidos y amados, que no nos separen de nuestros seres queridos; resumiendo, no morir y que ellos tampoco mueran. Ahora bien, la vida real acaba frustrando un día u otro, todas esas esperanzas. Por eso, hay quien busca la salvación poniendo su confianza en un Dios y unas religiones que le aseguran que la alcanzará.
Pero para aquellos que no están convencidos, para los que dudan de verdad de estas promesas, el problema sigue ahí. Y es justamente donde la filosofía, por así decirlo, toma el relevo. La muerte en sí – este aspecto es crucial si quieres entender lo que es el campo de la filosofía – no es una realidad tan sencilla como por lo general se suele creer. La muerte es lo que atormenta a ese desgraciado ser finito que es el hombre, porque sólo él es consciente de que su tiempo es limitado, de que lo irreparable no es una ilusión, y puede que le haga bien reflexionar sobre lo que debe hacer en su corta vida. Edgar Allan Poe, en uno de sus poemas más famosos, encarnó esta idea de la irreversibilidad del curso de la existencia en un animal siniestro, un cuervo encaramado en el alféizar de una ventana, que sólo sabía decir y repetir una única fórmula: Never more (“nunca más”),
Lo que Poe quería decir con esta imagen es que la muerte pertenece al ámbito del “nunca más”. Es, en el seno mismo de la vida, lo que nunca volverá, lo que irreversiblemente sustituye a un pasado que uno no tiene oportunidad alguna de recuperar algún día. Puede tratarse de unas vacaciones de nuestra infancia, de lugares o amigos de los que uno se aleja para no volver, del divorcio de nuestros padres, de las casas o escuelas que una mudanza nos obliga a abandonar, o miles de otras cosas. Aunque se trate de la desaparición de un ser querido, todo aquello que  pertenece al ámbito del “nunca más” forma parte del registro de la muerte.
Si lo consideras desde este punto de vista, verás qué lejos está la muerte de poder definirse exclusivamente como el final de la vida biológica. Para vivir bien, para vivir en libertad, para ser capaces de amar debemos, en primer lugar y ante todo, vencer el temor, o, mejor dicho, los temores, ya que las manifestaciones de lo irreversible son diversas.  Es en este preciso punto donde existe entre religión y filosofía una discrepancia fundamental.


Al no lograr creer en un Dios salvador, el filósofo es, ante todo, aquel que cree que conociendo el mundo, comprendiéndose a sí mismo y a los demás, en la medida de que nos lo permite nuestra inteligencia, se puede llegar a superar los miedos, pero más que desde un fe ciega, desde la lucidez. En otras palabras, si las religiones se definen como la salvación a través de Otro (Dios), por la gracia de Dios, podríamos definir los grandes sistemas filosóficos como doctrinas de salvación por uno mismo, sin la ayuda de Dios.
En opinión de muchos filósofos el miedo a la muerte nos impide vivir bien. No es sólo que genere angustia. A decir verdad, la mayor parte del tiempo ni siquiera pensamos en ella, y estoy seguro de que no te pasas días meditando sobre el hecho de que los hombres son mortales. Pero si dotamos el problema de mayor profundidad, parece que la irreversibilidad del curso de las cosas, que es una forma de muerte en el corazón mismo de la vida, amenaza todos los días con arrastrarnos hacia una dimensión del tiempo que corrompe la existencia: la del pasado donde se alojan los grandes destructores de la felicidad que son la nostalgia y la culpabilidad, el arrepentimiento y los remordimientos.
   La filosofía – todas las filosofías, por muy distintas que sean las respuestas que intentan aportar – también prometen ayudarnos a escapar de estos miedos primitivos. Comparte con las religiones, al menos en origen, la convicción de que la angustia nos impide vivir bien: no es ya que nos impida ser felices, es que tampoco nos deja ser libres. Éste es un tema omnipresente entre los primeros filósofos griegos: uno no puede ni pensar en actuar libremente cuando está paralizado por esa inquietud sorda que genera,  por muy inconsciente que sea, el miedo a lo irreversible. Se trata, por tanto, de invitar a los seres humanos a “salvarse”.
Pero, como ya habrás comprendido a éstas alturas, esa salvación no puede proceder de Otro, de un ser trascendente (lo que significa “exterior y superior” a nosotros), debe provenir de nosotros mismos. La filosofía quiere que nos aclaremos recurriendo a nuestras propias fuerzas, con la simple ayuda de la razón o que, al menos aprendamos a utilizarla como es debido. Con audacia y con firmeza.
Filosofar en lugar de creer supone en el fondo – al menos desde el punto de vista de los filósofos, que no es el de los creyentes – preferir la lucidez al confort, la libertad a la fe. En verdad se trata, en cierto sentido, de “salvar el pellejo” pero no a cualquier precio.
Aunque la búsqueda de una salvación al margen de Dios esté en el corazón de todo gran sistema filosófico, aunque éste sea su objetivo final y último, no se podría alcanzar sin pasar por una reflexión profunda en torno a la inteligencia de lo que es – lo que, por lo general, solemos denominar teoría – y por lo que habitualmente llamamos ética.
La razón es fácil de entender.
Si la filosofía, al igual que las religiones, hace de la reflexión sobre la finitud humana su fuente más originaria - del hecho de que nosotros, simples mortales, tenemos los días contados y que somos los únicos seres en el mundo plenamente conscientes de ello - se desprende que no podamos eludir la cuestión de qué debemos hace en ese tiempo limitado. A diferencia de los árboles, las ostras o los conejos, no dejamos de hacernos preguntas sobre nuestra relación con el tiempo, sobre cómo debemos emplearlo o en que debemos ocuparlo, tanto si es por un lapso breve, la hora o la mañana que viene, como si se trata de un periodo más largo, el mes o el año en curso. Inevitablemente, quizá con ocasión de una ruptura, de un suceso brutal, acabamos preguntándonos qué hacemos, que podríamos o deberíamos hacer con nuestra vida.
En otras palabras, la ecuación “mortalidad + conciencia de ser mortal” es un cóctel que contiene el germen de todos los interrogantes filosóficos. Filósofo es aquel que, ante todo, piensa que no estamos aquí “de turismo”, para divertirnos. O mejor dicho, aunque en  contra de todo lo que acabo de afirmar, acabará llegando a la conclusión de que lo único que merece la pena ser vivido es la diversión, esta certeza será el resultado de un pensar, de una reflexión y no de un reflejo condicionado. Lo que implica que ha tenido que recorrer tres etapas la de la teoría, la de la moral o la ética y finalmente, la correspondiente a la conquista de la salvación o la sabiduría.
Simplificando, se podría formular así el proceso: lo primero que hace la filosofía por medio de la teoría es hacerse una idea del “terreno de juego”, adquirir un conocimiento mínimo del mundo en el que se va a desarrollar nuestra existencia. ¿Qué parece ser hostil o amistoso, peligroso o inútil, armonioso o caótico, misterioso o comprensible, bello o feo?  Si la filosofía consiste en la búsqueda de salvación, en la reflexión en torno al tiempo que va trascurriendo y que es limitado, no puede por menos que comenzar por hacerse preguntas sobre la naturaleza del mundo que nos rodea. Toda filosofía digna de tal nombre parte, por tanto, de las ciencias naturales que nos develan la estructura del universo: la física, las matemáticas, la biología, etcétera, pero asimismo de las ciencias históricas que arrojan luz sobre la historia de los hombres. “Aquí no entra nadie que no sea un geómetra” decía Platón a sus discípulos refiriéndose a su escuela, la Academia, y después de él ninguna filosofía ha pretendido jamás economizar medios a la hora de obtener conocimientos científicos. Pero debemos ir más lejos y preguntarnos también por los medios a nuestro alcance para conocer. Por lo tanto, la filosofía intenta, más allá de las consideraciones que forman parte de las ciencias positivas, comprender la naturaleza del conocimiento mismo, entender los métodos de los que se sirve. Por ejemplo: ¿cómo descubrir las causas de un fenómeno? Pero también se fija en los límites de la disciplina. Otro ejemplo: ¿Se puede demostrar la existencia de Dios?.
Estas dos preguntas, la de la naturaleza del mundo y la referente a los instrumentos que dispone la humanidad para llegar a conocer, también constituyen una parte esencial de la vertiente teórica de la filosofía.
Pero, evidentemente, además de por el terreno de juego, por el mundo y la historia en los que transcurrirá nuestra vida, debemos preguntarnos por el resto de los seres humanos, por aquellos con los que nos ha tocado jugar. Y no es ya por el hecho de que no estemos solos, sino porque, como demuestra algo tan simple como la educación, no podemos subsistir tras nacer sin la ayuda de otros humanos, para empezar de nuestros padres. ¿Cómo vivir con los demás, qué reglas de juego adoptar, cómo comportarnos de forma “vivible”, útil, digna, de forma simplemente justa en nuestras relaciones con los demás? De ésta cuestión se ocupa la segunda parte de la filosofía, una parte ya no teórica sino práctica que deriva, en un sentido amplio, de la esfera de la ética.
Pero ¿para qué conocer el mundo y su historia, para qué esforzarse en vivir en armonía con los demás? ¿Qué finalidad o qué sentido tienen todos esos esfuerzos? Además, ¿hay que buscarle un sentido? Todas esas preguntas, junto a otras del mismo tenor, nos remiten a la tercera esfera de la filosofía, la que se ocupa, como ya habrás podido deducir, de la salvación o de la sabiduría. Si la filosofía etimológicamente es “amor” (“philo”) a la “sabiduría” (“sophia”), debería autoanularse para dejar sitio, en la medida de lo posible, a la sabiduría misma, que es, sin duda, el fundamento de todo filosofar. Pues el ser sabio no consiste, por definición, en amar o buscar el ser. Ser sabio supone simplemente vivir sabiamente, feliz y libre en la medida de lo posible, tras vencer, finalmente, los miedos que la finitud despierta en nosotros.

CUARTOS MEDIOS CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS ESPECÍFICOS - TEXTOS PARA ESTUDIO - ¿POR QUÉ FILOSOFAR?


TEXTO 2: ¿POR QUÉ FILOSOFAR?
AUTOR: OTFRIED HOFFE
LIBRO: BREVE HISTORIA ILUSTRADA DE LA FILOSOFÍA
AÑO: 2000


Esperamos de la filosofía que plantee preguntas fundamentales para darles respuestas igualmente fundamentales. En efecto, La filosofía se ocupa de cuestiones de principio que urgen, incluso, a toda la humanidad y pueden concentrarse en tres interrogantes decisivos: 1) ¿Qué es la naturaleza y qué podemos saber de ella? 2) ¿Cómo debemos vivir en cuanto individuos y en cuanto comunidad? 3) ¿Qué debemos esperar de una buena existencia, en esta vida o en la futura?. A estas preguntas se suman otras que preocupan a épocas concretas, como la relación entre razón y revelación o la relativa a si existe un progreso en la historia.

Algunos tienen a los filósofos por personas ajenas a la vida real. Sin embargo, quién examine más en detalle esas preguntas que ellos plantean y que afectan a la humanidad en general, descubrirá enseguida cuestiones parciales o subordinadas que nada tienen de ajeno a la realidad: 1a) ¿Hay una materia originaria o básica constitutiva de la totalidad de la naturaleza?; ¿existe eso que significa la palabra “átomo” en sentido literal: un componente único e indivisible de la naturaleza? 1b) ¿Es la naturaleza espacial y temporalmente infinita, o, por el contrario, finita, y por lo tanto, obra de un creador, de una divinidad? Es posible que estas preguntas no tengan relevancia existencial, pero no cabe duda de que las siguientes si la tienen: la cuestión referente a 2a) al bien y al mal 2b) a la libertad, sobre todo la libertad de la voluntad, y 2c) la que inquiere por la justicia del  derecho y el Estado. Para terminar también queremos saber 3a) si nuestro bienestar, la felicidad, depende de nuestro buen comportamiento, de una vida moralmente buena: ¿es rentable la honradez moral o, por el contrario, la persona honrada es, en definitiva, un tonto? 3b) Y, en el caso de que la compensación no se dé “en esta vida” ¿hay esperanza de un alma inmortal, una vida eterna y una recompensa en el más allá? Aunque es posible eludir estas preguntas resulta difícil negarlas. Así pues tenemos derecho a decir que es necesario filosofar. La filosofía no quiere hechizar el mundo en que vivimos ni darle hondura mística. Tampoco crea ilusiones, sino que busca, más bien, respuestas convincentes a ciertas preguntas básicas que apenas podemos evitar. Es cierto que en esa búsqueda puede verse obligada a alterar el horizonte de expectativas de las respuestas y, en más de una ocasión, incluso las propias preguntas. 

En sentido estricto y riguroso, la filosofía es relativamente joven, y según los datos de las fuentes transmitidas, no tiene mucho más de dos milenos y medio. Sin embargo, las preguntas inevitables se plantearon hace mucho antes y se siguieron tratando posteriormente fuera de la filosofía. Por consiguiente, es necesario disponer al menos de una segunda razón para filosofar: la filosofía comienza a desarrollarse allí donde la gente se siente insatisfecha por la manera en que se han planteado esas preguntas o cómo se les ha dado respuesta hasta entonces. A partir de un descontento fundamental, de una crítica radical, se establece un nuevo estilo de preguntas y respuestas, un nuevo modo de abordar la realidad y hablar de ella.

   Los filósofos no suelen narrar, en general, aquello que los griegos llamaban “mitos”: historias sobre dioses y héroes o sobre el principio y el orden tanto de la naturaleza como de la sociedad. Tampoco apelan a una revelación religiosa, a una palabra de Dios o a una transmisión, a una tradición. Aunque se ocupen de todo ello, trabajan exclusivamente con los medios de la razón humana: con conceptos (idóneos), con razonamientos y argumentos (explicativos y no contradictorios) y con experiencias elementales, como por ejemplo, la de que existe un mundo poblado por seres diversos y que entre ellos hay ciertos seres capaces de hablar y pensar. Los filósofos buscan en esos tres “medios” – el concepto, el argumento y la experiencia – una validez amplia, a menudo incluso universal. Pero aunque no la consiguen, se espera que obtengan al menos la “hermana menor” de esa validez: una “posibilidad de comprobación general”

   Dado que cada uno de esos tres medios filosóficos existe en múltiples formas, la filosofía amplía pronto su campo de acción para buscar una relación ordenada. Los griegos llamaban logos tanto a los conceptos como a los argumentos y, muy en especial, a su orden y su forma verbal. El elixir de la vida de la filosofía es el logos, con sus cuatro facetas: el concepto, la argumentación, el orden lógico y el lenguaje. El lenguaje convierte el filosofar en dialogo e, incluso, en polémica, en discusión tanto con los contemporáneos como con los grandes filósofos de la historia. En efecto, la filosofía no está compuesta por un tesoro de verdades eternas, sino que consiste en una búsqueda realizada con otros y contra otros, sin que en ese proceso podamos dar por supuesto un progreso lineal.

Pero los conceptos y los argumentos surgen ya en la vida cotidiana; y lo mismo podemos decir de las ciencias. Así pues para que la filosofía sea algo peculiar, se requerirá un tercer motivo: se llega a filosofar en aquellos casos en que alguien reúne el valor suficiente y, al mismo tiempo, desarrolla la capacidad debida para llevar al límite ciertas preguntas fundamentales planteadas en la existencia diaria y en las ciencias – “¿qué es lo correcto?”, “¿qué es algo en concreto?”; y, tanto para una como para la otra cuestión “¿por qué?” -. En tales casos, nada se sustrae a sus penetrantes preguntas sobre el qué y el porqué, pues cuestionan hasta lo más obvio, incluida la propia tradición. La autocrítica es un componente esencial de la filosofía.

Pero ¿por qué hay que llevar al límite las preguntas sobre el qué y el porqué?; ¿por qué debemos calar cada vez con más hondura? Las respuestas son diferentes en cada caso concreto --. Así lo muestra la historia; sin embargo hay una fuerza común que las impulsa: el ansia de saber. Una de las principales obras filosóficas de Aristóteles, la Metafísica, comienza acertadamente con esta frase “Todos los seres humanos aspiran por naturaleza al conocimiento”. La filosofía no pretende más – pero tampoco menos – que desplegar plenamente un impulso natural, la curiosidad intelectual.

El resultado no es una ventaja en el sentido corriente del término, una utilidad, más allá del pleno del saber. La filosofía no busca desarrollar un conocimiento especial paralelo al de otros ámbitos del saber, sino llevar a su plenitud la vocación de conocimiento inherente al ser humano. Por lo demás, un saber no utilitario no constituye ninguna novedad. Al contrario, todos conocemos qué es un saber como un fin en sí mismo: y así lo percibimos en los placeres sensoriales: en el goce de la vista, el oído, el gusto y el tacto. No es casual que un elemento de la filosofía, el concepto, derive etimológicamente de la actividad con que los lactantes exploran el mundo, es decir, de la palabra latina que significa “tomar”, “asir”, “agarrar”.

A quien domina plenamente un saber o una destreza lo llamamos “maestro”; los griegos le daban el nombre de sophos: “sabio”. Mientras que otros son maestros en un oficio, en asuntos legales (“juristas”) en la curación de enfermedades (“médicos”) o en cuestiones políticas (“políticos”), los filósofos buscan la maestría en el saber. Y dado que se trata de algo muy difícil de lograr, los filósofos, siguiendo a Platón, no reivindican a la sophia misma, sino sólo la philosophía: el amor a la sabiduría. El prefijo philo – expresa también, no obstante, la familiarización con lo presente y no el afán de conseguir algo inalcanzable. Para Platón el philosophos es un philomathés, alguien que encuentra en aprender un placer que nunca le sacia. A ello se añade un segundo factor: por lo común  nuestros conocimientos son sólo competentes en un ámbito restringido, mientras que la filosofía busca una comprensión competente de todo y en general: un saber sobre la totalidad de la naturaleza, un saber sobre lo que es bueno y justo de manera universal y absoluta; y, en particular un saber sobre el propio saber. La filosofía intenta explicar qué es un concepto apropiado y una argumentación bien fundada, y cómo se organizan conceptos y argumentos en una relación ordenada.  

CUARTOS MEDIOS CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS ESPECÍFICOS - TEXTOS PARA ESTUDIO - INVITACIÓN A LA FILOSOFÍA

TEXTO 1: INVITACIÓN A LA FILOSOFÍA.   
AUTOR: ANDRÉ COMTE – SPONVILLE.
LIBRO: INVITACIÓN A LA FILOSOFÍA
EDITORIAL: PAIDÓS
AÑO: 2002 


Filosofar es pensar por uno mismo; pero nadie puede lograrlo verdaderamente sin apoyarse en el pensamiento de otros, especialmente en el de los grandes filósofos del pasado. La filosofía no es solamente una aventura; es también un trabajo que no puede llevarse a cabo sin esfuerzo, sin lecturas, sin herramientas. Los primeros pasos suelen ser arduos y desaniman a más de uno.
No hay una edad determinada para filosofar. Sin embargo, los adolescentes, más que los adultos, necesitan ser guiados en esta tarea.

¿Qué es la filosofía? La filosofía no es una ciencia, ni siquiera un conocimiento; no es un saber entre otros: es una reflexión sobre los saberes disponibles. Por eso la filosofía no se aprende, decía Kant: sólo podemos aprender a filosofar. ¿Cómo? Filosofando por nosotros mismos: preguntándonos por nuestro propio pensamiento, por el pensamiento de los demás, por el mundo, por la sociedad, por lo que la experiencia nos enseña, por lo que ésta nos oculta. … Lo deseable es que, durante este camino, demos con las obras de tal o cual filósofo profesional. De ser así pasaremos mejor, con más fuerza, con mayor profundidad. Iremos más lejos y más rápidamente. Cada lectura, cada filósofo, cada autor, añadía Kant, “no hemos de considerarlo como el modelo del juicio, sino simplemente como una ocasión para realizar nosotros mismos un juicio sobre él, o incluso contra él”. Nadie puede filosofar por nosotros. Obviamente la filosofía tiene sus especialistas, sus profesionales, sus enseñantes. Pero la filosofía no es fundamentalmente una especialidad, ni un oficio, ni una disciplina universitaria: es una dimensión constitutiva de la existencia humana.
Desde el momento en que somos seres dotados de vida y de razón, todos nosotros, inevitablemente nos vemos confrontados con la tarea de articular entre sí estas dos facultades. Y ciertamente podemos razonar sin filosofar (en las ciencias, por ejemplo), vivir sin filosofar (en la ignorancia o en la pasión, por ejemplo). Pero, sin filosofar, no podemos en absoluto pensar nuestra vida y vivir nuestro pensamiento: la filosofía es precisamente esto.

La biología jamás enseñará a un biólogo como tiene que vivir, ni si hay que hacerlo, ni siquiera si hay que ser biólogo. Las ciencias humanas jamás nos enseñarán el valor de la humanidad, ni su propio valor. Por eso hay que filosofar: porque hay que reflexionar sobre lo que sabemos , sobre lo que vivimos, sobre lo que queremos y porque, para ello, ningún saber nos es suficiente ni nos dispensa de hacerlo. ¿El arte? ¿La religión? ¿La política? Son materias muy importantes, pero también ellas han de ser objeto de reflexión, es algo que ningún filósofo pondrá en duda. Pero reflexionar sobre la filosofía no es salir de ella sino entrar en ella.

¿Por qué vía? Yo he seguido aquí la única que conocía verdaderamente, la de la filosofía occidental. Esto no significa que no haya otras, Filosofar es vivir con la razón, que es universal. ¿Cómo podría ser la filosofía exclusividad de alguien? Nadie ignora que existen otras tradiciones especulativas y espirituales, sobre todo en Oriente. Pero no es posible abarcarlo todo, y sería un tanto ridículo por mi parte aspirar a presentar pensamientos orientales que, en su mayoría sólo conozco indirectamente. No creo en absoluto que la filosofía sea exclusivamente griega y occidental. Pero de lo que estoy totalmente convencido, es de que, en Occidente y desde los griegos, existe una inmensa tradición filosófica, que es la nuestra, y es hacia ella, y en ella, adonde quisiera guiar a mi lector.

Vivir con la razón, decía anteriormente. Esto indica una dirección, que es la de la filosofía, pero no puede agotar su contenido. La filosofía es un preguntar radical, la búsqueda total o última (y no, como en las ciencias, de tal o cual verdad particular); creación y utilización de conceptos (aunque esta práctica también exista en otras disciplinas) reflexividad (un volver del espíritu o de la razón sobre sí mismos: pensamiento del pensamiento), reflexión sobre la propia historia y sobre la de la humanidad; búsqueda de la mayor coherencia posible, de la mayor racionalidad posible (es el arte de la razón, si se quiere, pero que desemboca en un arte de vivir); es en ocasiones, construcción de sistemas; es, siempre elaboración de tesis, argumentos, teorías … Pero la filosofía es también, y quizás fundamentalmente, critica de las ilusiones, de los prejuicios, de las ideologías. Toda filosofía es una lucha. ¿Sus armas? La Razón. ¿Sus enemigos? La ignorancia, el fanatismo, el oscurantismo, - o la filosofía de los demás -. ¿Sus aliados? Las ciencias ¿Su objeto? La totalidad, con el hombre en su seno. O el hombre, pero en el seno de la totalidad. ¿Su meta? La sabiduría, la felicidad, pero en el seno de la verdad. Hay trabajo para rato, como suele decirse; tanto mejor: ¡los filósofos son gente muy dispuesta!

En la práctica, los temas de la filosofía son innumerables: nada humano o real le es ajeno. Esto no significa que todos ellos tengan la misma importancia. Kant, en un célebre pasaje de su “Lógica”, resumía el ámbito de la filosofía en cuatro preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre? “Las tres primeras preguntas de resumen en la última”, subrayaba. Pero todas ellas desembocan, añadiría yo, en una quinta pregunta, que es sin duda, filosófica y humanamente, la cuestión principal: ¿cómo he de vivir? En cuanto se intenta dar una respuesta inteligente a esta pregunta se está haciendo filosofía. Y como es imposible evitar planteársela, hemos de concluir que la única forma de sustraerse a la filosofía es la ignorancia o el oscurantismo.

¿Hemos de filosofar? Desde el momento que nos planteamos esta pregunta – en cualquier caso desde que intentamos responder a ella con seriedad - ya estamos filosofando. Esto no significa que la filosofía se reduzca a su propia interrogación, y todavía menos a su autojustificación. Pues también filosofamos, más o menos, bien o mal, cuando nos preguntamos (de forma a la vez racional y radical) por el mundo, por la humanidad, por la felicidad, por la justicia, por la libertad, por la muerte, por Dios, por el conocimiento… ¿Y quién podría renunciar a hacerlo? El ser humano es un animal filosofante: sólo puede renunciar a la filosofía renunciando a una parte de su humanidad.

Así pues, hemos de filosofar: hemos de pensar tanto como podamos, y mejor de lo que sepamos. ¿Con qué fin? Para lograr una vida más humana, más lúcida, más serena, más razonable, más feliz, más libre… es lo que tradicionalmente denominamos sabiduría, que sería una felicidad sin ilusiones y sin mentira. ¿Podemos alcanzarla? Jamás por completo, sin duda. Pero esto no impide que la busquemos, ni que nos aproximemos a ella. “La filosofía – escribe Kant – es para el hombre un esfuerzo por alcanzar la sabiduría, esfuerzo que nunca acaba”. Razón de más para ponernos a trabajar. Se trata de pensar mejor para vivir mejor. La filosofía es este trabajo; la sabiduría, este reposo.

¿Qué es la filosofía? Hay tantas respuestas, o casi tantas como filósofos. Pero esto no impide que dichas respuestas coincidan o confluyan en lo esencial. Por mi parte, desde mis años de estudiante, siento debilidad por la respuesta de Epicuro: “la filosofía es una actividad que mediante discursos y razonamientos, nos procura la vida feliz”. Esto es definir la filosofía por su mayor logro (la sabiduría, la beatitud), y, aunque ese logro nunca sea completo, es mejor que encerrarla en sus fracasos. La felicidad es la meta; la filosofía, el camino. ¡Buen viaje a todos!

viernes, 8 de abril de 2011

TERCERO MEDIO CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS - RECURSOS: PRESENTACIONES PPT - Ser humano, entropía y negentropia.

ESTIMAD@S:

Les envío las presentaciones de powerpoint que les servirán para el estudio. Esta corresponde a los temas de:

- La preguntas del ser humano y las ideas del hombre en la civilización occidental.
- la contribución de la ciencia actual a la comprensión del fenómeno humano.
- ley de la entropia y concepto de negentropia.

Las otras temáticas se pueden revisar en la entrada del 14 de marzo de 2011.


TERCERO MEDIO CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS - RECURSOS: TEXTOS - MATURANA



Pörksen: En el año 1944, el físico Erwin Schrödinger publicó un librito que se convirtió en un clásico de la historia de la ciencia. Su título es Was ist leben? (¿Qué es la vida?) Usted también se ha dedicado mucho a esta pregunta; como biólogo desarrolló una descripción de lo vivo, la teoría de la autopoiesis, que sigue levantando polvo en el mundo científico. Pero partamos por el principio. ¿Por qué le importó y fascinó tanto la pregunta de la definición de lo vivo? ¿Hay un motivo concreto, una experiencia intelectual clave?

Maturana: Para ser precisos, fueron varios motivos, varias experiencias clave que me inspiraron. Ha de saber que como niño estuve muchas veces muy enfermo, durante mi infancia la muerte fue uno de mis fieles acompañantes. Varias veces tuve tuberculosis y la gravedad de esta enfermedad fue lo que muy tempranamente me hizo reflexionar sobre la relación entre la muerte y la vida. Me acuerdo que a los catorce años escribí un poema sobre la diferencia entre un cadáver y una piedra; el cadáver no es igual a la piedra porque estuvo vivo. El hecho de ser vivo, por lo tanto, no es una cualidad de la materia. ¡Pero qué es el ser vivo, me preguntaba yo, si uno puede dejar de serlo?

Pörksen: Describe un cuadro dialéctico: en el enfrentamiento con la propia muerte, el ansia de vivir se hace consciente.

Maturana: Así puede decirse. En 1949 me encontraba en un sanatorio de la cordillera, nuevamente había enfermado de tuberculosis y no podía hacer ningún esfuerzo. Todo me estaba prohibido hacer, era la terapia de la época. Pero a escondidas leí dos libros. En Así habló Zaratustra, de Nietzsche, descubrí esa historia bellísima de la metamorfosis del espíritu, donde el espíritu se transforma primero en un camello, luego en un león, y finalmente en un niño. El niño es descrito como el primer movimiento: si alguna vez salgo vivo de este sanatorio, me dije, seré como un niño, será un inicio, un nuevo comienzo. Al final del libro de Julian Huxley, Evolution: The Modern Synthesis, me encontré con un capitulo donde dice que el progreso evolutivo consiste en una creciente independencia del medio. El ser humano aparece en este estudio como el ser vivo más independiente y por ende más avanzado. Ahí estaba yo en mi cama, completamente dependiente de mí medio, incapaz de salir del sanatorio, amenazado de morir, y sabía que Julian Huxley no podía tener razón.

Pörksen: Si le entiendo bien, la confrontación con la muerte lo llevó a preguntarse acerca de la esencia de lo vivo. Y Nietzsche y Huxley dieron respuestas que usted relacionó con su propia situación.

Maturana: Así fue. La vida, me decía yo, no tiene significado, no tiene sentido, no sigue ningún programa de progreso evolutivo. Mi conclusión, que suena tautológica, era que el sentido y fin de un ser vivo consiste en ser lo que es. El fin de un perro es ser perro, el fin de un ser humano consiste en ser humano. Me di cuenta que todo lo que le pasa a un ser vivo tiene que ver con él mismo. Si un perro me muerde porque le pisé la cola, me muerde porque quiere evitar el dolor. Vale decir que los seres vivos son autónomos, y necesariamente tienen que tener un límite, un borde, una demarcación de lo que es y lo que no es de ellos.

Pörksen: ¿Cómo Llegó entonces a desarrollar esa teoría que se hizo muy conocida bajo el nombre de autopoiesis?

Maturana: Mi propio pensar pasó por varias etapas. Primero hablaba de sistemas que no tienen ningún fin fuera de sí mismos; todo lo que hagan siempre será significativo dentro de su propio ser. Estos sistemas autorreferentes los delimité de los sistemas alorreferentes, cuya característica esencial es que su fin está fuera de sí mismos. Un sistema alorreferencial serla por ejemplo el automóvil: su objetivo y fin consiste en ser usado como vehículo para llegar de un lugar a otro. Pero en realidad, no me gustaba demasiado el concepto de la referencia porque con él siempre se describe una relación entre varios elementos, y yo no quería describir patrones relacionales, sino entender los procesos de un sistema a partir de sí mismo. Por eso busqué un concepto que permitiera distinguir con mayor claridad los procesos que en definitiva llevan a la autorreferencia.

Pörksen: En el fondo quería que su teoría de lo vivo tuviese vida.

Maturana: Me urgía encontrar una definición de lo vivo que fuese inseparable de la realización de lo vivo. Mi pregunta, aunque habla leído el libro de Erwin Schrödinger, no era lo que la vida es, sino que quería saber qué es lo que constituye un sistema vivo. Mi objetivo era descubrir aquella configuración de procesos, aquella dinámica molecular cuyo resultado es un sistema vivo, como por ejemplo una célula. ¿Qué tiene que pasar para que se origine un sistema vivo? En el fondo, por lo menos conceptualmente, quería crear un sistema vivo; esa era mi meta.

Pörksen: Quería jugar a ser Dios.

Maturana (ríe): No quería jugar a ser Dios, quería ser Dios.

Pörksen: ¿Cómo siguió su progresiva formulación de una nueva teoría de lo vivo?

Maturana: Cuando en 1963 visité en su laboratorio a un amigo microbiólogo con quien discutía regularmente sobre la incipiente biología molecular, finalmente tuve la idea decisiva.
Lo que pasa es que el dogma de la biología molecular de ese tiempo decía que la información se desplaza del núcleo (de  la célula) al citoplasma, y nosotros nos preguntábamos si no se moverla también al revés, del citoplasma al núcleo. Entonces nadie sabia de retrovirus, por lo que nuestra pregunta era legítima. Inventamos experimentos que nunca hicimos, pero un día dibujé una figura en el pizarrón y le dije a mi amigo: "El ADN participa en la síntesis de las proteínas, y las proteínas a su vez participan, como encimas, en las síntesis del ADN". Mi dibujo consistía en un una figura circular. Cuando vi lo que acababa de dibujar, exclamé: "¡Dios mío, Guillermo, eso es! En esta circularidad de los procesos se manifiesta la dinámica que hace que los seres vivos sean unidades autónomas y definidas". Con eso había descubierto la base conceptual para aquel fenómeno que más tarde se llamó autopoiesis. A partir de entonces describí los sistemas vivos como sistemas circulares.

Pörksen: ¿Puede detallar más el concepto de la autopoiesis?

Maturana: Los sistemas vivos se producen a sí mismos en su dinámica cerrada; tienen en común su organización autopoiética a nivel molecular. Cuando examinamos a un sistema vivo, encontramos una red de producción de moléculas, las cuales interactúan de tal manera que a su vez producen moléculas que mediante su interacción generan justamente esta red de producción de moléculas y fijan sus bordes. Una red así la llamo autopoiética. Entonces, cuando a nivel molecular nos encontramos con una red de este tipo, cuyas operaciones tienen como resultado producirse a sí misma, tenemos por delante un sistema autopoiético y por ende un sistema vivo. Se produce a sí mismo. Este sistema es abierto en cuanto al intercambio de materia, pero cerrado en lo que se refiere a la dinámica de las relaciones que lo producen.

Pörksen: Quizás seria bueno dar un ejemplo que ilustre concretamente la autopoiesis de lo vivo. Usted suele hablar de las células como sistemas autopoiéticos. ¿Podría referirse a este ejemplo muy comprensible?

Maturana: En mi terminología describo una célula como un sistema molecular autopoiético de primer orden; por consiguiente, una entidad multicelular es un sistema autopoiético de segundo orden. La peculiaridad del metabolismo celular consiste en que produce componentes que son integrados en su totalidad en la red de transformaciones que los ha generado. De este modo, la producción de elementos es la condición de la posibilidad de un borde, de un límite, de la membrana celular. Y esta membrana a su vez participa en los procesos de transformación que ocurren al interior de la célula; participa en la dinámica autopoiética de esta. La membrana es la condición de la posibilidad del operar de una red de transformaciones que genera la red como unidad. Sin el borde de la membrana celular, las moléculas difundirían y todo se transformarla en una sopa molecular. No existirla una entidad autónoma.

Pörksen: Eso significa que la célula produce la membrana y la membrana la célula. El productor, el acto de producir y el producto son por lo tanto indistinguibles.

Maturana: Con un poco más de rigor científico, yo diría que las moléculas de la membrana celular toman parte en la realización de los procesos autopoiéticos de la célula y en la producción de otras moléculas dentro de la red autopoiética de la célula; y la autopoiesis genera las moléculas de la membrana. Se producen mutuamente, cada una participa en la constitución de esta unidad.

Pörksen: ¿Cómo llama usted a entidades que crean algo que es distinto de ellos mismos?

Maturana: Hoy llamo a estos sistemas, de los cuales puede decirse que la razón y el objetivo de sus operaciones están más allá de sí mismos, como sistemas alopoiéticos: el resultado de su operar – baste pensar en autos y computadores – no son ellos mismos. Este concepto no implica ninguna desvalorización, y esta distinción tampoco puede entenderse como una jerarquización discriminadora. Sin mi auto y mi computador me serla imposible llevar la vida que quiero.

Pörksen: ¿En qué sentido el criterio de la autonomía es central para la realización de la autopoiesis? Podría formular la tesis que más o menos todos los sistemas son autónomos porque funcionan según su propia legalidad. Si por ejemplo en un restaurant insulto a un camarero y le pido a gritos que me traiga un café, probablemente no lo hará. Lo mismo pasa si le hablo a mi cafetera eléctrica (un sistema alopoiético) diciéndole que me prepare un café; el café sale recién cuando coloco un filtro, le echo agua, apreto un botón y sigo al pie de la letra las reglas de juego de la máquina.

Maturana: Sin duda, para distintos sistemas también hay distintas posibilidades de ser autónomos y seguir sus propias regularidades. Por supuesto que existen muchos sistemas autónomos que no son sistemas vivos. Por lo tanto, serla falso considerar la autonomía como distintivo clave de la autopoiesis; lo central es la existencia de una red cerrada de producción de moléculas que produce la misma red de producción que la ha producido. Resumido en una fórmula: la autopoiesis es la manera especifica en la que los seres vivos son autónomos, realizan su autonomía. Autonomía es el término más general.

Pörksen: ¿Cómo sabemos que la autopoiesis, esta forma especial de organización circular, de hecho es el criterio decisivo de vida? ¿Cómo podría demostrarse?

Maturana: Estarla demostrado si resultase presentar una serie de procesos, la que como resultado produce lo que quiero probarle a alguien. Lo que habría que probar es que la realización de la autopoiesis constituye directa o indirectamente la fuente de todas las características de los sistemas vivos y como resultado produce una entidad que posee todas las características conocidas y desconocidas de un sistema vivo.