viernes, 29 de julio de 2011

TERCERO MEDIO CSV - PRIMERA PRUEBA DE CONTENIDOS - RECURSOS: TEXTOS Y PRESENTACIONES DE POWERPOINT

TEXTO 1: LAS EMOCIONES QUE NOS MUEVEN AUTOR: LAURA ESQUIVEL. Escritora mexicana nacida en 1950. Escribió la novela “Cómo agua para chocolate” que fue llevada al cine.
LIBRO: EL LIBRO DE LAS EMOCIONES.
AÑO: 2000


“¿Qué es una emoción? El diccionario nos dice que la raíz latina de la palabra emoción es emovere, formada por el verbo «motere» que significa mover y el prefijo «e» que implica alejarse, por lo tanto la etimología sugiere que una emoción es un impulso que nos invita a actuar.
A actuar ¿cómo y cuándo? Eso lo determina el tipo de emoción. Con los nuevos métodos para explorar el funcionamiento del cuerpo y del cerebro, los investigadores descubren cada día más detalles bioquímicos y fisiológicos, para explicar cómo es que una emoción prepara al organismo para una clase distinta de respuesta.
Desde que el hombre apareció en la superficie de la tierra, contó con dos sistemas que lo ayudaron en su labor de supervivencia: el Simpático y el Parasimpático. Se trata de dos sistemas primitivos, pero que hasta el presente nos acompañan y entran en acción no sólo en momentos de peligro, sino que desempeñan un papel importante en cada aspecto de nuestra vida diaria, minuto a minuto. Sin ellos no podríamos subsistir pues sucumbiríamos ante los retos externos e internos a los que nos vemos expuestos.
Ocurre, como regla general, que mientras más primitivo es un componente del Sistema Nervioso Central, menos dependiente es de las funciones cerebrales más sutiles y desarrolladas de la corteza. Tal vez ahí que el nombre correcto para llamar a este sistema primitivo sea el de Sistema Nervioso Autónomo. Aunque el Sistema Nervioso Central tiene cierto grado de influencia sobre la expresión del Autónomo, la mayor parte de sus reacciones son totalmente autónomas y es por esto que los seres humanos pasamos trabajos para controlar la manifestación espontánea de nuestras emociones.
La zona más primitiva del cerebro es el tronco cerebral que rodea la parte superior de la médula espinal y que regula las funciones vitales básicas del ser humano, como son la respiración y el metabolismo. A partir de esta raíz cerebral surgieron los centros emocionales y millones de años más tarde, a partir de esas áreas emocionales, evolucionó el cerebro pensante o «neocorteza».
Es importante reflexionar en torno al hecho de que el cerebro «pensante» surgió del «emocional», pues nos revela que el cerebro emocional existió mucho tiempo antes que el racional. Sin embargo, ¿qué fue primero, la gallina o el huevo?, ¿el pensamiento o la emoción? Por ejemplo, cuando nos vemos expuestos a una situación de peligro donde está en juego nuestra vida, no nos detenemos a pensar «necesito producir adrenalina para salir de ésta», el sistema nervioso actúa por nosotros poniendo a funcionar de forma automática ya sea el sistema Simpático o el Parasimpático, dependiendo de la forma en que queramos encarar la situación: enfrentándola o huyendo. Cuando el terror es muy grande, nos paraliza por completo y nos deja incapacitados para luchar. En ese caso, lo más probable es que perdamos el control de nuestros esfínteres, pues nuestro estado psicológico pone a funcionar el sistema Parasimpático. Una vez que hemos, orinado o evacuado, tal vez lo que provoquemos en nuestro enemigo sea lástima y puede que nos deje en paz, y si no, nuestra relajación muscular al menos reducirá el dolor que nos pueda provocar el ataque.
Ahora bien, si ante el mismo estímulo, una persona en lugar de huir decide enfrentar el problema y atacar, ocasionará que el sistema Simpático entre en acción. Aparentemente sólo tenemos dos opciones: atacar o huir.
Dependiendo de la reacción que elijamos, vamos a terminar con la boca seca o con los pantalones mojados. Bueno, nunca es así de simple, pero este ejemplo nos servirá para mostrar las diferencias entre un sistema y otro.
Cuando una persona se decide a atacar generalmente lo que el sistema Simpático provoca es lo siguiente:

1) Como el cerebro necesita pensar de una manera más clara y rápida que en circunstancias normales, las arterias que llevan sangre al cerebro se dilatan al máximo para permitir que la irrigación sanguínea se incremente de manera sustancial.
2) El ritmo cardíaco se incrementa para poder responder a la demanda metabólica del cuerpo. No sólo tiene que enviar sangre al cerebro sino a los músculos de todo el organismo, para que estén en condiciones óptimas de correr o de golpear al enemigo. La sangre que cotidianamente circula por las venas no es suficiente en estos casos, se necesita un tipo de torrente sanguíneo mejor oxigenado y que contenga una cantidad extra de los nutrientes necesarios para mantener una respuesta metabólica adecuada. El más importante de estos nutrientes es el azúcar. Con más oxígeno y más azúcar en la sangre, el cerebro y los músculos pueden hacer maravillas.
3) A fin de tener más oxihemoglobina, las vías respiratorias se dilatan al máximo permitiendo que la capacidad vital —la cantidad de aire que entra y sale de los pulmones cada minuto— crezca todo lo que sea necesario para que un individuo pueda con el reto que tiene que enfrentar. La respiración, pues, se hace más profunda y rápida durante una descarga simpática, dando como resultado una respiración agitada por nariz y boca.
4) Con el objetivo de poder ampliar el campo visual, la pupila se dilata, permitiendo al individuo ver con más claridad todo lo que le rodea, ya que en una situación de peligro es importante ver mejor, pensar más rápido y estar capacitado para desplazar el cuerpo de forma veloz.
5) El hígado, por su parte, también desempeña un papel fundamental, pues es el encargado de convertir rápidamente carbohidratos complejos y grasas en glucosa, para lo cual recibe una dotación extra de sangre. A esto se debe que algunos individuos bajo una situación de estrés crónico sean más susceptibles que otros a desarrollar la diabetes.

Todas estas reacciones en cadena se suceden sin que podamos impedirlo y muchas veces ni siquiera tenemos conciencia de lo que pasó dentro de nuestro cuerpo. Si alguien nos pregunta, horas más tarde del incidente, oye, ¿qué te pasó?, a lo más que llegaremos es a expresar «pasé por un gran susto», pero nunca diremos «fíjate que, como me asusté, envié sangre a mis músculos para poder correr y mi hígado convirtió carbohidratos complejos en glucosa», y mucho menos a la conclusión de que un pensamiento y una emoción crearon química dentro de nuestro organismo sin que lo pudiéramos controlar.
¿Qué es lo que determina que una persona tenga control sobre su sistema nervioso autónomo y otra no? ¿El nivel socioeconómico? Lo dudo. ¿El grado de estudios? Puede ser. ¿El desarrollo espiritual? ¡Ojalá! ¿O una combinación de los tres? No lo sé. Pero conozco personas que pueden controlar sus emociones de una forma sorprendente, aunque desafortunadamente son las menos, y salvo que se trate de un individuo con un alto grado de desarrollo espiritual, en la mayor parte de los casos el control resulta ser una forma patológica de reprimir la libre expresión de nuestra condición humana, que provoca graves trastornos y deterioros físicos y psicológicos.
Si bien es cierto que la emoción es una energía que nos impulsa a actuar, en algunos casos esa «acción» implica contradictoriamente una parálisis. Por ejemplo, una persona deprimida puede convertir el impulso de sus emociones en formas dramáticas de inmovilidad. Sin embargo, es innegable que la depresión es el resultado de un proceso emocional que tiene un impulso activo auténtico. Se puede decir que la depresión es una concentración de impulsos de acción aplicada en sentido inverso. Dicho de otro modo, se necesita de un fuerte impulso emocional para poder mantener el nivel de inmovilidad que una depresión severa produce.
Como vemos, una emoción puede tener el poder destructor del rayo o puede ser el suspiro más tranquilo y vivificador que un ser humano pueda experimentar.
Nuestro cuerpo está acondicionado para sentir los dos tipos de reacciones y eso depende de cada individuo: una emoción puede ser experimentada por uno como un rayo y por otro como un suspiro. Uno como un estímulo que mata, que daña, que provoca que el hígado funcione mal, que afecta a la vesícula, que hace que la persona se ponga nerviosa y no pueda expresarse claramente, y otro, como un río que refresca, que anima, que provoca una sonrisa en cada uno de los órganos del organismo con los que hace contacto.
Aparentemente existe una «filosofía» emotiva que influye en el estado corporal. Todo depende de lo que uno pensó en el momento de recibir un estímulo para que el resultado emotivo sea distinto. Por ejemplo: dos personas se enteran de la muerte repentina de alguien. Una de ellas era su hermana y la otra sólo la conocía superficialmente. La hermana piensa que es una desgracia que el hermano se haya muerto en estas condiciones y la otra persona piensa que está bien que haya descansado. La primera tendrá dificultades para aceptar el fallecimiento y el cuerpo reaccionará en consecuencia. La segunda aceptará el hecho y no sufrirá ninguna consecuencia. Cada vez que un ser humano se niega a aceptar una emoción que ya nació, que surgió como reacción natural y no elegida, que brotó porque no hay tiempo ni forma de andar escondiendo emociones, ya que forman parte del «contratiempo» de andar escuchando, mirando y tocando, se altera todo el funcionamiento de su cuerpo. Todo consiste en lo que opine, así de simple y así de complicado. Si una persona opina que la flor que le acaban de regalar es desagradable y se molesta, modifica un poco el funcionamiento de su hígado y otro poco el ritmo de su corazón. Si el pensamiento persiste, la incomodidad aumentará hasta enfermarlo. En cambio, si a pesar de que nos desagrada la persona que nos regala una flor, aceptamos la flor sin discutir, convertimos la flor en flor interior.
Si uno tuviera la paciencia de no discutir con uno mismo la emoción que está sintiendo ni de clasificarla en buena o mala, la emoción produciría sin reservas la reacción adecuada. El golpe, en el caso de la ira, el llanto en el caso de la tristeza, o la risa en la alegría. Sin embargo, lo que la persona acepta y reconoce como emoción y le hace decir estoy triste o estoy enojado, no es más que el resultado de una cadena de reacciones, que a su vez generan otra cadena de reacciones. Dicho en otras palabras, lo que hago me produce una emoción determinada y esa emoción, me provoca una acción.
A mi ver, si las emociones tuvieran cuerpo y las pudiéramos cortar con la ayuda de un bisturí, descubriríamos que debajo de ellas hay tres capas perfectamente definidas:
A) Es la base y está formada por la esperanza que todos los seres humanos tenemos de sentirnos mejor, por la búsqueda del bienestar.
B) Encima de la esperanza está todo lo que el ser humano quiere. Estos «quieros» no son otra cosa que sus deseos, sus necesidades, sus metas en la vida.
C) Por último se encuentran las capacidades y las habilidades que el hombre tiene para lograr lo que quiere. Todo aquello que «sabe» a nivel consciente que puede realizar. Puede ser el caso que él quiera ser bailarín, pero «sabe» que no tiene ritmo.

Por ejemplo, yo quiero sentirme mejor y decido ir a comer a casa de mi madre pues ella prepara un puchero como nadie. Yo quiero comer ese puchero, aunque estoy consciente de que sólo puedo comer un plato pues por las noches se me dificulta la digestión. Cuando llego a su casa y como el plato de puchero experimento mucha felicidad. Si analizamos esa alegría nos vamos a encontrar los elementos A, B y C amalgamados en una sola unidad. Los tres forman un conjunto de realidades que laten al mismo ritmo: el «deseo sentirme mejor», el «quiero» y el «puedo» dan como resultado una emoción, en este caso placentera.
Pero ahora voy a dar un ejemplo contrario: Un hombre va caminando por la calle. Tiene el mismo deseo de ir a comer a la casa de su madre. De pronto lo sorprende un perro rabioso y lo muerde. El hombre grita desesperado. Acuden en su ayuda algunas personas y le quitan el perro de encima.
El hombre experimenta simultáneamente susto y dolor y los clasifica como cosas desagradables. Ahí, tirado en el piso, se siente como un pájaro sin alas, sin fuerza y sin saber cómo combatir. No sabe que desde que el perro apareció y lo mordió la base A se empezó a transformar y en lugar de repetir «tengo la esperanza de sentirme mejor» comenzó a decir «me siento mal». ¿Qué pasa en la fase B? ¿En el «yo quiero»? Pues que el individuo se empieza a lamentar de todo aquello que ya no puede hacer: ya no va a comer en casa de su madre, tal vez tenga que ir al hospital, ya no podrá regresar al trabajo, o asistir a un baile o a lo que sea. Por último, en la fase C la persona llegará a la conclusión de que no pudo reaccionar correctamente. Se culpará por haber elegido precisamente esa calle para transitar, el no haber dado una patada en el hocico al perro, el no haberlo visto a tiempo y todo esto se va a convertir en el «no supe» o «no sé».
La negación de la habilidad en la C, la negación de obtener lo que se quiere en la B y la negación de la posibilidad de sentirse mejor en la A van a dar como resultado una emoción ya sea de desesperación, de ira o de violencia. Si, por el contrario, el hombre hubiera dicho —acepto el dolor, acepto la sangre y no me opongo a lo que está pasando— y se hubiera mantenido en esa actitud de aceptación, se hubiera creado una emoción totalmente diferente, pues el pensamiento, como ya lo hemos dicho, crea química dentro del cuerpo humano. Al aceptar la experiencia hubiera encontrado paz y hasta hubiera terminado comprendiendo al perro. Se hubiera ubicado muy por encima del concepto de si el perro era bueno o malo, si estaba enfermo o no y al pasar el tiempo recordaría ésa como una buena experiencia, pues todo aquello de lo que se puede hablar sin que cause un efecto desagradable se convierte en positivo.
Es muy interesante analizar las emociones desde esta óptica, pues al analizar los componentes A, B y C de cada emoción podremos descubrir cuáles son las esperanzas, los sueños, los «quieros» y los «puedos» de las personas que nos rodean, ampliando con esto nuestra capacidad de comprensión y de aceptación de los demás.
Sabremos, también, la razón por la que el vecino quiere comprar tal automóvil o por la cual nuestra amiga se hizo una liposucción, o el motivo por el que nuestro sobrino le teme a las arañas, o por el cual les molesta a los críticos el éxito de la literatura escrita por mujeres.
El análisis de las emociones es vital para un mejor conocimiento del ser humano. Si llegamos a comprenderlas y aceptarlas adecuadamente tal vez lleguemos a la misma conclusión que muchos sabios antes de nosotros.
Ya los antiguos griegos construyeron un gran altar a los pies de la Acrópolis de Atenas dedicado a las Erinas, las llamadas Furias vengadoras de la sangre. Al hacerlo, convirtieron a esas diosas terribles en las Euménides, las bienhechoras. Lo hicieron una vez que aceptaron el valor del pasado, el origen primitivo de las emociones y supieron darles un lugar dentro de su mundo civilizado y racional. El templo de las Euménides es tan grande e importante como el de la Sabiduría: el Partenón de Atenea. Dándole a cada uno su lugar, los griegos expresaron su profunda percepción de la realidad humana y con ello cumplieron la máxima délfica que invitaba al verdadero crecimiento: «Conócete a ti mismo»


TEXTO 2: UNA APROXIMACIÓN BIOLÓGICA A LA EMOCIÓN.

AUTORES: Jane Crossley y Fernando Morgado
LIBRO: “DE FANTASMAS Y DEMONIOS. El papel de la emoción y en la generación y recuperación de las enfermedades”


En las emociones se distinguen tres componentes involucrados: a) los cambios fisiológicos (frecuencia cardiaca, temperatura corporal); b) los estados cognitivos subjetivos (la experiencia personal a la que llamamos usualmente emoción); y los comportamientos (signos externos de estas reacciones internas).
Las emociones provocan cambios en nuestro interior y exterior. Somos las marionetas de sus hilos. De ellos depende la postura que adoptemos, porque cada emoción ostenta una posición que le es propia. Expresarás la pena, por ejemplo, con los hombros caídos, la cabeza gacha y la comisura de los labios hacia abajo. Podemos reconocer la presencia de emociones en los otros y comunicar nuestros propios sentimientos por medio de claves no verbales, es decir, por medio de signos externos de estados emocionales internos, que se reflejan en la expresión facial, movimientos, posturas y tacto.
Las emociones no tienen juicio valórico. Lo que hacemos con las emociones, cómo las vivimos, las acciones que tomamos o sus consecuencias son lo que puede ser juzgado. Si en un estado de rabia golpeo y rompo una puerta, indudablemente es una acción censurable; pero no así la rabia que la sostiene. Censurarla equivaldría a pensar que oír o ver es malo porque permite mirar pornografía o escuchar obscenidades. Ocurre lo mismo con las emociones, no son buenas o malas en sí mismas; solamente son. Pese a ello nuestra cultura valida las nociones de buenas y malas emociones. Nadie duda en catalogar la rabia como negativa y el amor como positivo. Sin embargo, la historia registra innumerables atrocidades efectuadas en nombre del amor, mientras que la rabia es reprimida desde la infancia. Se nos olvida que muchos de los grandes cambios de la humanidad y de nuestras propias vidas han sido consecuencia de una rabia visceral.
Un análisis del centro de los sentimientos, nos permite comprobar que hay dos emociones primarias, de las cuales se desprenden las otras: el placer y el displacer. La forma en que se siente el displacer y el nombre con el cual se designa, depende de cuando ocurre: el displacer en el presente se vive como dolor, el displacer en el futuro se percibe como angustia. El displacer en el pasado es recordado como rabia. La rabia no expresada, dirigida con una energía interna contra sí mismo, se llama culpa. La ausencia de dicha energía se manifiesta como depresión.
Robert Plutchick señala que las emociones básicas se caracterizan por ser opuestas y porque su intensidad  expresa estados ligeramente distintos. Por ejemplo, en orden creciente la ansiedad puede transformarse en miedo y este en terror; la melancolía en tristeza para terminar en duelo.  Hay además combinaciones entre emociones que producen estados emocionales más complejos: la pasión y la admiración producen el amor, la rabia y el interés produce agresividad, la pasión y el interés el optimismo, el terror y la admiración producen sumisión.
                Hipócrates, 460 años antes de Cristo, reflexionó por primera vez sobre la emoción humana y estableció que el cerebro era el responsable de la vida consciente, incluidas las emociones. Los mamíferos inferiores desarrollaron el comportamiento emocional asegurando su supervivencia por medio de las capacidades de detectar el placer y el displacer, y por medio de la capacidad de reaccionar a las contingencias ambientales por medio de una porción cerebral denominada sistema límbico.
En el siglo II, cuando el médico griego Galeno realizó sus estudios de anatomía, describió que en el medio del cerebro existe una estructura redondeada a la que llamó Tálamo. Toda la información sensorial de nuestro cuerpo  - lo que escuchamos, vemos, palpamos, degustamos y olemos – llega finalmente en forma de impulsos nerviosos al tálamo.  Las ondas acústicas y visuales que recibe el tálamo generan dos impulsos eléctricos adicionales uno al sistema límbico, el otro a la neocorteza cerebral.
La información contenida en el tálamo tiene que viajar hasta la amígdala (una pequeña parte del cerebro que se ha designado como la responsable de las respuestas emocionales), quien además requiere de otros socios: el hipotálamo, el sistema nervioso autónomo (SNA), el sistema endocrino y el sistema inmune. El hipotálamo está diseñado para coordinar toda la información que se genera al interior del cuerpo, desempeñándose como una gran central telefónica que recibe impulsos, los analiza y los reenvía a quien corresponda , con el único propósito de mantener la estabilidad de un organismo, tanto en sus funciones biológicas, psicológicas y sociales. El Sistema nervioso autónomo corresponde al sistema que conecta directamente el cerebro con todos los órganos del cuerpo, mediante fibras que se han designado simpáticas y parasimpáticos, que viajan al interior de los nervios que reciben igual denominación. El sistema endocrino corresponde a un conjunto de glándulas – tiroides, paratiroides, glándulas suprarrenales, ovarios, testículos, páncreas – que secretan sus productos designados hormonas directamente a la sangre para actuar a distancia sobre los órganos del cuerpo. Todas las hormonas están directa o indirectamente bajo el control de la glándula hipófisis, ubicada en la base y centro del sistema cerebral, la que a su vez produce sus propias hormonas. El sistema inmune esta formado por células que se alojan en el bazo y los ganglios linfáticos, que circulan en nuestro cuerpo activándose cada vez que reconocen una substancia extraña. Así nos protegen de virus, parásitos, hongos, bacterias, y eliminan a las células que se transforman en cancerosas. En síntesis, utilizando estos tres sistemas integradores y reguladores del cuerpo – el SNA, el endocrino, y el inmune – la amígdala puede cambiar lo que desee de nuestra biología.
Hay dos vías que sigue la información recibida en el tálamo, y que procesada, alcance a la amígdala e inicie la cadena de eventos que conducen a la expresión de una emoción. La primera de esas vías la denominaremos vía larga, lleva el estímulo desde el tálamo a la corteza cerebral y luego a la amígdala; la segunda, que designaremos vía corta, lo traslada desde el tálamo directamente a la amígdala. El destino final de cualquiera de estas vías es la estimulación del hipotálamo con el fin de crear a través del SNA o de la hipófisis y el sistema endocrino, las condiciones fisiológicas para que la emoción sea expresada. 
 La respuesta emocional de la amígdala por la vía corta corresponderá a la que un mamífero inferior desarrolla y que sólo tiene presente su seguridad amenazada, y la sensación de placer o displacer asociada a una situación. La respuesta emocional dada por la vía larga, la que incluye la neocorteza, será la de un hombre capaz de interpretar los datos aportados por su tálamo. Esta interpretación implica que el ser humano puede asignar a estos datos un valor, puede jerarquizarlos y analizarlos para generar la emoción adecuada según lo que dicha situación le aconseje.
En términos generales, la vía larga aquí descrita es la utilizada en la mayoría de la situaciones que vivimos. Sin embargo, no podemos desconocer que, en ocasiones, manifestamos nuestro comportamiento emocional primitivo, el cual ha sido generado mediante la vía corta, estos es, por el hipotálamo regido por la sensación cruda de los datos del exterior. La existencia de la vía larga, para ser consecuentes con la evolución, impone un gran desafío de especie: considerar que al poseer una neocorteza cerebral, la emoción generada es íntegramente de nuestra propia escenografía. Ya no tenemos excusas para nuestro comportamiento, puesto que, al dejar de ser instintivo como el de los reptiles o basado solamente en el sistema líbico como el de los mamíferos, debemos aceptarnos como responsables de las emociones que producimos.  


Presentación emociones 2011
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GUIA DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL.

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