miércoles, 21 de septiembre de 2011

CUARTOS MEDIOS CSV - PROGRAMA DE FILOSOFÍA - UNIDAD 2: EL PROBLEMA MORAL - TEXTOS Y RECURSOS PARA ESTUDIO

1.  Un panorama actual de nuestra ética.


¿Quién de nosotros no ha escuchado que nuestra sociedad está en una profunda crisis, casi al punto del derrumbe total? ¿Y quién no ha escuchado que esa crisis tiene que ver con el estado de nuestra moral, de la poca ética, de la ausencia de valores? Si éste diagnóstico fuese correcto… ¿qué podemos hacer? ¿Quién debiese hacer qué? ¿Para qué y en nombre de qué? E incluso podríamos preguntar antes ¿debemos desear hacer algo? ¿Hay algo que se pueda hacer? ¿Será una crisis real, o simplemente es la histeria del moralista, del mojigato, del conservador, es decir, del cartucho?

Muchas veces se dice que la ética tiene que ver con nuestros criterios personalmente adoptados sobre lo bueno y lo malo, lo correcto y lo incorrecto, o lo justo y lo injusto. Vemos la falta de ética allí en los comportamientos que no necesariamente van contra la ley, pero sí van en contra de las ideas morales más arraigadas en sociedad. Apreciamos la ética en los comportamientos que consideramos ejemplares, que son capaces de oponer lo mejor al vicio generalizado, acciones que encarnan cualidades o aspectos estimables en las personas. Así cada cual encarna un tipo de carácter que se revela en sus acciones, y a su vez, vemos que las acciones de esas personas fueron construyendo un determinado tipo de carácter. El Che Guevara tenía una ética, Lady Gaga, Juan Pablo II, John Lennon y Muhammad Alí, también. Incluso, Charles Manson y Adolf Hitler.

La ética significa escoger unos criterios de un menú que generalmente se nos ofrece en la sociedad en la que fuimos criados. Mientras más libres y lúcidos seamos en nuestras elecciones, más autónomos y razonables somos. Mientras menos reflexionemos estaremos a merced de nuestros impulsos ciegos, de nuestras cambiantes emociones, de las tentaciones de los fanatismos grupales, del miedo a los poderosos, etc. Mientras más consciente seamos, quizás podremos ante esas mismas motivaciones rechazarlas rigurosa y taxativamente, o dejarnos llevar alegremente por ellas sin sentir culpa o remordimientos.

Ahora bien, nuestra libertad siempre está condicionada por una sociedad, por una historia, por unas condiciones materiales que no hemos escogido. No obstante, una vez que las reconocemos y medimos conscientemente, podemos elegir lo que realmente queremos hacer dentro de las alternativas que nos pone nuestro mundo. Ser ético exige una buena dosis de realismo, pues no podemos autosatisfacernos siempre en nuestras fantasías y ensoñaciones, pero también la ética nos pide grandes cucharadas de ideas e imaginación, para construir una vida mejor en las
circunstancias en que nos hallamos.

2. Eticas autónomas y éticas heteronomas. 

Nuestro problema actualmente es que debemos construir nuestra vida, y convertirnos en adultos, con referentes tradicionales cada vez más débiles y menos claros. Para más remate, debemos elegir ante una oferta aparentemente superabundante de placeres, felicidades, sentidos de vida y ofertas morales. Sabemos que ya no hay una sola forma de ser bueno, justo y feliz, sino muchas.

Hubo una época dorada en la cual la sociedad y los individuos se dispensaban de tener que darse la lata de pensar qué era lo bueno, lo bello y lo justo porque se pensaba qué eso nos quedaba relativamente claro a partir de un orden superior y no humano al que atenernos. Qué los dioses nos dicen que hagamos esto, que mis antepasados me ordenan seguir haciendo aquello, qué el Dios único y verdadero me ha mandado no hacer determinada cosa…etc. Estas sociedades y éstas éticas son denominadas por algunos heterónomas (hetero = otro, nomos= leyes) en función de que las leyes nos caían del cielo, eran regalos de los dioses o de los antepasados, estaban escritas en las estrellas o se sabían “por naturaleza”.

Quizás una de las éticas más perfectas de éste tipo fueron las éticas de los antiguos filósofos estoicos, que postulaban que el sentido de nuestra vida se enmarcaba en un universo armonioso y ordenado, un cosmos que poseían un equilibrio y una justicia propios ante los que había que enderezar la conducta humana. La acción correcta y la felicidad consistía en escuchar la orden de la naturaleza hablando en la conciencia del sabio, que practicaba una vida de total sumisión a ese orden, despreciando las banalidades y futilidades terrenales, soportando impasiblemente el sufrimiento, perdiendo el miedo a la muerte o a la desaparición de las cosas que amamos. Vivir abrazando tranquilamente el presente manteniendo una recta actitud.

Por contraste existieron casos en la antigüedad, y algunos más en la época moderna, de sociedades que tenían clara conciencia de que las leyes morales son una creación humana, que el destino de los seres humanos no es una predestinación sino la propia obra de individuos y pueblos. De que si bien estamos acechados inevitablemente por la muerte, en lo que respecta a nuestros valores y criterios morales podemos interrogarnos libremente, defenderlos y criticarlos, afirmarlos o negarlos, conservarlos o destruirlos. En estos casos esas éticas se denominaron autónomas (auto = por sí mismo, Nomos= ley).

Caso ejemplar de ésta ética fue lo propuesto por el filósofo Immanuel Kant, quién al contrario de los estoicos, sostenía que una acción absolutamente buena no podía basarse en escuchar la voz de naturaleza, tampoco en perseguir hacer algo útil por sí mismo o por los demás, que para hacer lo correcto realmente debíamos excluir toda búsqueda de bienestar o felicidad y concentrarnos en una acción absolutamente desinteresada. Y podíamos escoger ello justamente porque tenemos una voluntad libre y racional. Una acción tal basada en nuestra posibilidad de escoger libremente hacer lo correcto sin importar nuestras inclinaciones o de quién se trate (ya sea un completo desconocido o mi peor enemigo) era una idea pura del deber. Y ese deber, esa ley moral, tampoco debía hacer diferencias respecto de quién resulta afectado o beneficiado por nuestra acción, debía ser universal, es decir, válida para toda la humanidad cuyos miembros tenían igual valor moral. Kant sabía que colocaba una exigencia difícilmente alcanzable, pues el ser humano era un ser dividido entre su animalidad y su racionalidad. Sin embargo, descubría con su filosofía aquello que hacía del ser humano algo totalmente diferente del resto de los seres que pueblan la tierra, un valor infinito e inexpugnable, que se halla en igual medida en cada miembro de nuestra especie: la dignidad. Nadie puede ser utilizado sistemáticamente como un medio o una cosa al servicio de otra voluntad. Como nadie debiese vivir indignamente, tampoco deberíamos dejar que otro se haga cargo de nuestra vida y felicidad. En tanto seamos adultos, elegir y actuar es una cuestión de cada uno, que tiene como límite únicamente el respetar la libertad, dignidad y vida de cualquier otro ser humano.


3. La ética es social e histórica

Volvamos a la ética. Si captamos adonde apuntan los estoicos o Kant (más allá de que califiquemos sus éticas de heterónomas o autónomas) veremos que se trata de lograr una suerte de vida acorde a un determinado orden, ya sea natural o creado por el propio ser humano. En ambos casos se ve la ética como una cuestión personal que sólo secundariamente puede tener que ver con lo que le pase a los otros. Éste es justamente el énfasis de filósofos como Aristóteles, Hegel o la llamada corriente utilitarista. Efectivamente el ser humano es un ser intrínsecamente social, Aristóteles ya lo sabía. Llega a ser lo que es gracias a vivir con otros bajo instituciones, leyes y valores comunes, elegimos por lo tanto en un contexto. ¡No existen formulas abstractas! Protestaría Aristóteles contra Kant; en cada caso elegimos entre opciones que no están fijas de antemano, buscando un equilibrio entre los extremos (que nos llevan al vicio o a la represión), tratando mediante el hábito de hallar un punto intermedio que nos lleve a la mejor versión de nosotros mismos, o sea la virtud o excelencia. En lo moral, más que una certeza matemática o una orden racional, necesitamos de la moderación y la prudencia, afinando el ojo mediante la práctica.

Y los otros no sólo valen como telón de fondo, sino que con ellos compartimos y vivimos bajo ciertos valores morales, ya sea en familia, en una empresa o bajo el Estado. Podemos decir que una moral que no se comparta con otros libremente es como una religión impuesta, que no hace palpitar los corazones ni enorgullece la inteligencia. Esa ética social no nos puede ser indiferente porque nos transforma en un determinado tipo de persona, genera un determinado tipo de vínculo con los otros y crea un destino común entre los sujetos. Esta eticidad, como la llamaba Hegel, es histórica, vale decir, evoluciona y cambia a medida que nuestras maneras de pensar se van transformando.

Por su parte, los utilitaristas del siglo diecinueve enfatizaron que la ética no puede estar separada de las consecuencias de las acciones. No se puede desconocer la importancia de la cantidad y la calidad de placer o bienestar que se produce en mí y en los demás mediante las acciones que realizamos. La mayor y mejor felicidad para la mayor cantidad es el lema utilitarista. No sólo importa la justicia sino también el bienestar, los placeres, la felicidad. Como los antiguos epicúreos (misma época de los estoicos) ya habían dicho, no se trata de arrojarse a los goces sin control alguno, sino buscar una moderación que nos permita llevar una vida serena y sin grandes sobresaltos. A esto los utilitaristas añadirán que no se trata de ser un egoísta autosatisfecho sino que debemos buscar una moral que nos enaltezca como individuos y a la sociedad entera (mejor un Sócrates insatisfecho que un cerdo satisfecho).


4. La crisis filosófica de la modernidad: los maestros de la sospecha.

Si hacemos un recuento histórico, los más grandes nombres y corrientes de la filosofía nunca pusieron en cuestión que existía algo así como un bien en sí mismo, ni tampoco negaron la posibilidad de que determinásemos unos criterios morales firmes, ya sea recurriendo a ideas metafísicas (el cosmos o la naturaleza en el caso de los estoicos) o a criterios puramente racionales (Kant) o empíricos (utilitaristas).

Esta crisis sobrevendría con el avance de la modernidad, y con un puñado de filósofos que empezó a cuestionar severamente las ideas de la modernidad, desde Descartes en adelante. Estos Jinetes del Apocalipsis filosófico son Freud, Marx, Kierkegaard y Nietzsche. Cada uno es un padre a su manera, el mundo que vivimos hoy ha sido construido con sus hijos y sus nietos.

El primer jinete es Sigmund Freud, padre del psicoanálisis y descubridor del inconsciente. Fue el primero que cuestionó aquello de que podemos conocer con claridad lo que pasa en nuestra vida psíquica y que dirigimos nuestras acciones con plena conciencia de lo que queremos. Sostuvo, en cambio, que nuestra mente está poblada de contenidos reprimidos, ansiedades infantiles y experiencias traumáticas que provienen de nuestro más remoto pasado y que afloran como incoherencias en la conducta, como obsesiones irracionales, fantasías desbordadas y sueños estrambóticos. La moral, por lo tanto, no puede ser fruto de una conciencia tan descontrolada sino que más bien es una imposición neurótica de la sociedad, que se instala dentro de nosotros, reprimiendo ese inconsciente peligroso y generando una personalidad normalizada, cortesía de los padres.

Allí donde Freud veía una represión internalizada, Marx, el profeta del comunismo y abuelo de la Teoría Crítica, veía en la moral los intereses y la ideología de una clase dominante que a fuerza de convencernos de nuestra propia inmoralidad, nos hacía identificarnos con sus valores e intereses y reproducir un sistema que es injusto socialmente. Kierkegaard, el padre del existencialismo, se revolcaba contra las imposiciones y grandes sistemas filosóficos señalando cada ética como un asunto existencial, intransferible y difícilmente comunicable. La vida como una opción sin valores o referentes absolutos, viviendo el vértigo de tener que elegir bajo nuestra propia responsabilidad y en el vacío (o la confianza absoluta) de que sólo tenemos de nuestro lado la fe en que hacemos lo correcto.

Nietzsche es caso aparte y merece detenimiento en tanto que él fue quien planteó de manera bastante radical las preguntas que enunciamos al principio. Nietzsche tuvo una vida malograda (murió soltero, solitario, y sumido en la locura por sífilis) pero su pensamiento fue sumamente explosivo, provocador, rebelde. Esas características lo pusieron muy de moda, claro que póstumamente como él había predicho. También su manera aforística y carismática de escribir hicieron pensar que él era el inspirador de la doctrina nacionalsocialista y del antisemitismo, cosa que sus mismos escritos desmienten. Si debemos colocar a Nietzsche en algún podio filosófico, éste es el del más grande antimetafísico, antiplatónico, el crítico más duro de la racionalidad moderna, el perro rabioso que olfateó tras la moral moderna las huellas del cristianismo y el platonismo, aquél loco que con su poderoso martillo echó abajo todos los ídolos y falsas utopías con que nos habíamos conformado, y nos invitó a vivir la vida bajo otro punto de vista.


5. Nietzsche, el filósofo dinamita.

Nietzsche es el inspirador de muchas de las llamadas filosofías posmodernas, básicamente porque sospecha del humanismo y el racionalismo moderno, esas ideas que de Descartes en adelante se instalaron en la cultura occidental. Según Nietzsche, el humanismo no llevó la secularización de la sociedad lo suficientemente lejos: mantuvo viejas creencias religiosas y metafísicas encubiertas bajo las ropas del racionalismo moderno. Lo que era antes para Platón, la diferencia entre el mundo de las ideas y el mundo de las apariencias, se afirmó en la modernidad como ideales y valores laicos situados por encima de la vida: el progreso, los derechos humanos, la ciencia, la democracia, el socialismo, la patria, la revolución, etc. Básicamente lo que la Ilustración había generado es una religión sin Dios. Esos ídolos vacíos son el blanco de sus martillazos filosóficos.

¿Y por qué hacer eso? Porque, nos advierte Nietzsche, estamos sumidos en el nihilismo (otra de sus geniales ideas filosóficas). Nihil significa nada, vacío pero también negación. Vacío de los ideales supuestamente elevados que siguen la ciencia, la política, la psicología, etc. Pero también negación y condena de la vida misma. ¿Por qué debemos vivir en pos de una ideología política, de una falsa solidaridad entre creyentes, o perseguir el amor romántico? Todos los ideales y utopías nos hacen negar los que somos y nos sitúan en un más allá. Pero, dice Nietzsche, ese “más allá” no existe; todo lo que existe es la vida misma.

Nietzsche ve en la vida humana drama pero también mucha alegría y juego. La vida es cambio, devenir, música y jugueteo. Es más parecida a un caos de sensaciones que un bello orden. Son fuerzas que nos llevan de allá para acá, intensidades, impulsos, deseos que brotan en el cuerpo, en las emociones, en el arte. Nietzsche aprendió de otro filósofo, Arthur Schopenhauer, que la vida no es racional sino que es una voluntad ciega de vivir que se manifiesta como infinitos deseos que nunca dejan de acosarnos. A la luz de eso, el yo o la razón son meras palabras y creencias, ficciones que hemos aceptado como realidades, suplantando la verdadera realidad. Sin embargo no hay razón para ser un pesimista como Schopenhauer (la realidad siempre va a frustrar nuestros deseos) sino que hay que afirmar alegremente el revoloteo de la vida.


6. De dionisiacos y apolíneos, y la trampa de la moral de los esclavos.

Ese aspecto de la vida ya estaba floridamente retratado en la cultura griega, en lo que Nietzsche denominó el principio dionisiaco de la vida, es decir la embriaguez, la pasión, el desenfreno, la locura que nos hacen sentir que estamos vivos. A ese principio se opuso otro: lo apolíneo, que representaba el bello orden, la armonía y la compostura de las pasiones. Esta fuerza se vuelve dominante gracias a Sócrates, señalando un camino de metafísica y religión que infectará toda la cultura. El platonismo – cristianismo es el sentido oculto de la historia moderna, pero que lleva en sí mismo el germen de su decadencia: los valores irán perdiendo fuerza, se irán agotando quedando como gestos e instituciones vacías. Finalmente declarará Nietzsche, “Dios ha muerto”. Los grandes ideales están marchitándose poco a poco. La solución no será volver a los viejos valores de la antigüedad o la modernidad. Nietzsche ensayará algo diferente.

Nietzsche se declara un genealogista. Rastrea orígenes y raíces a través del follaje ideológico hacia el tronco cultural. Rehaciendo la historia, denuncia el engaño. Para ver la historia hay que colocarse fuera de ella y contra ella. Eso significa afirmar que no existe ningún sentido trascendente, ningún bien o valor objetivo, ninguna verdad universal que descubrir. Todo es interpretación, interpretaciones que se colocan como verdades impersonales y eternas, estrategia que esconde el hecho de que no hay verdad o moral desinteresada. En la genealogía de la moral, Nietzsche desenmascara una trampa contenida en nuestra manera de entender la moral. La trampa tiene su origen en el resentimiento de los débiles que han dejado a los fuertes, a los arrogantes y los brillantes como los “malos de la película”. Los valores de los débiles, es decir, la humildad, el desinterés, la igualdad, el sacrificio, la renuncia, disminuyen las fuerzas de la vida. Consecuentemente se ha instalado el nihilismo. Todo altruismo es en el fondo un egoísmo y un interés oculto.

Nietzsche se vuelve anticristiano (habla de la “moral del rebaño” y la “moral de los esclavos”) quiere recuperar una noción aristocrática de lo superior, pasar de una moral del “debes” a una moral del “quiero”. Individuos que más allá de la manada, sepan vivir intensamente, con arrojo, con decisión, sin contemplaciones. Eso es lo que él denomina el “superhombre”, idea que según algunos inspiró al fascismo y nacionalsocialismo. Este superhombre pasa por tres etapas: el camello que en sus jorobas soporta la ley moral, el león que lucha contra dioses y valores en decadencia, y finalmente, el niño que ya no lucha, sino que crea y goza. Eso exige una inversión de todos los valores, es decir colocar lo superior en el lugar que le corresponde. Eso significa el despliegue de la voluntad de poder, otro concepto clave en la filosofía de Nietzsche.


7. Una nueva moral: desear el instante, el superhombre como un artista de sí mismo.

La voluntad de poder no significa el gusto del poder por el poder, sino decir que “sí” a las múltiples fuerzas y deseos que animan la vida. Es un deseo profundo de llevar una vida creativa, autónoma, libre, intensa y sin culpas. Nietzsche no va a proponer una moral, sino un “gran estilo” de la elegancia de vivir, lo opuesto de la mediocridad, vulgaridad y del conformismo del individuo de la masa. El superhombre comprende el eterno retorno: lo que vale la pena en la vida es aquello que desearíamos repetir eternamente, esos instantes gloriosos que elevan nuestro espíritu. Esta es la fórmula para liberarnos del pasado que nos encadena y de las promesas ilusorias del futuro, viviendo en un inocente devenir sin culpas.

Nietzsche merece ser escuchado porque diagnostica bien nuestra situación moral. Tras la muerte de Dios, el individuo se siente a la deriva experimentando cómo cada uno de los “ídolos” modernos pierde su valor y se convierten meramente en un poder de manipular la realidad, como en el caso de la ciencia, o un poder de manipular a las masas, la política o la psicología. Las filosofías posmodernas aprenderán de él que hay que desconfiar de los grandes relatos que le han dado el sentido a la historia occidental: el relato cristiano que dice que el mundo avanza hacia la venida del reino de Dios, el relato liberal que dice que el mundo avanza hacia una democracia más plena y libre, el relato revolucionario que dice que el mundo avanza hacia una sociedad sin clases, el relato científico que dice que vamos hacia un mundo más eficiente. Cada una de esas narraciones resultó ser desmentida, no sólo por la filosofía sino por los resultados de la misma historia del siglo XX: guerras mundiales, matanzas, hambruna, dictaduras de izquierdas y derechas, crisis medioambiental, individualismo, adicciones, etc.

La vida pierde su sentido, se llena de decadencia y aburrimiento, de consumo supuestamente individualizado pero que uniforma al fin y al cabo. Hoy vivimos una sociedad plural en cuanto a los valores pero aún extrañamos un suelo firme, certidumbres y referentes claros para no sentirnos tan solos, con tanta desorientación. Nietzsche nos propone volvernos artistas de nuestra propia vida, amar lo que somos con la determinación de quién sabe que no se reduce a ser pura masa social.


AÑADIMOS 1) PRESENTACIÓN SOBRE ÉTICA ANTIGUA: ARISTÓTELES, CINICOS, EPICUREOS 2) PRESENTACIÓN SOBRE ETICA ESTOICA Y CRISTIANA 3) MATERIAL AUDIOVISUAL SOBRE KANT 4) PRESENTACIÓN SOBRE EL UTILITARISMO Y NIETZSCHE. 






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