TEXTO 2: ¿POR QUÉ FILOSOFAR?
AUTOR: OTFRIED HOFFE
LIBRO: BREVE HISTORIA ILUSTRADA DE LA FILOSOFÍA
AÑO: 2000
Esperamos de la filosofía que plantee preguntas fundamentales para darles respuestas igualmente fundamentales. En efecto, La filosofía se ocupa de cuestiones de principio que urgen, incluso, a toda la humanidad y pueden concentrarse en tres interrogantes decisivos: 1) ¿Qué es la naturaleza y qué podemos saber de ella? 2) ¿Cómo debemos vivir en cuanto individuos y en cuanto comunidad? 3) ¿Qué debemos esperar de una buena existencia, en esta vida o en la futura?. A estas preguntas se suman otras que preocupan a épocas concretas, como la relación entre razón y revelación o la relativa a si existe un progreso en la historia.

En sentido estricto y riguroso, la filosofía es relativamente joven, y según los datos de las fuentes transmitidas, no tiene mucho más de dos milenos y medio. Sin embargo, las preguntas inevitables se plantearon hace mucho antes y se siguieron tratando posteriormente fuera de la filosofía. Por consiguiente, es necesario disponer al menos de una segunda razón para filosofar: la filosofía comienza a desarrollarse allí donde la gente se siente insatisfecha por la manera en que se han planteado esas preguntas o cómo se les ha dado respuesta hasta entonces. A partir de un descontento fundamental, de una crítica radical, se establece un nuevo estilo de preguntas y respuestas, un nuevo modo de abordar la realidad y hablar de ella.
Los filósofos no suelen narrar, en general, aquello que los griegos llamaban “mitos”: historias sobre dioses y héroes o sobre el principio y el orden tanto de la naturaleza como de la sociedad. Tampoco apelan a una revelación religiosa, a una palabra de Dios o a una transmisión, a una tradición. Aunque se ocupen de todo ello, trabajan exclusivamente con los medios de la razón humana: con conceptos (idóneos), con razonamientos y argumentos (explicativos y no contradictorios) y con experiencias elementales, como por ejemplo, la de que existe un mundo poblado por seres diversos y que entre ellos hay ciertos seres capaces de hablar y pensar. Los filósofos buscan en esos tres “medios” – el concepto, el argumento y la experiencia – una validez amplia, a menudo incluso universal. Pero aunque no la consiguen, se espera que obtengan al menos la “hermana menor” de esa validez: una “posibilidad de comprobación general”
Dado que cada uno de esos tres medios filosóficos existe en múltiples formas, la filosofía amplía pronto su campo de acción para buscar una relación ordenada. Los griegos llamaban logos tanto a los conceptos como a los argumentos y, muy en especial, a su orden y su forma verbal. El elixir de la vida de la filosofía es el logos, con sus cuatro facetas: el concepto, la argumentación, el orden lógico y el lenguaje. El lenguaje convierte el filosofar en dialogo e, incluso, en polémica, en discusión tanto con los contemporáneos como con los grandes filósofos de la historia. En efecto, la filosofía no está compuesta por un tesoro de verdades eternas, sino que consiste en una búsqueda realizada con otros y contra otros, sin que en ese proceso podamos dar por supuesto un progreso lineal.
Pero los conceptos y los argumentos surgen ya en la vida cotidiana; y lo mismo podemos decir de las ciencias. Así pues para que la filosofía sea algo peculiar, se requerirá un tercer motivo: se llega a filosofar en aquellos casos en que alguien reúne el valor suficiente y, al mismo tiempo, desarrolla la capacidad debida para llevar al límite ciertas preguntas fundamentales planteadas en la existencia diaria y en las ciencias – “¿qué es lo correcto?”, “¿qué es algo en concreto?”; y, tanto para una como para la otra cuestión “¿por qué?” -. En tales casos, nada se sustrae a sus penetrantes preguntas sobre el qué y el porqué, pues cuestionan hasta lo más obvio, incluida la propia tradición. La autocrítica es un componente esencial de la filosofía.
Pero ¿por qué hay que llevar al límite las preguntas sobre el qué y el porqué?; ¿por qué debemos calar cada vez con más hondura? Las respuestas son diferentes en cada caso concreto --. Así lo muestra la historia; sin embargo hay una fuerza común que las impulsa: el ansia de saber. Una de las principales obras filosóficas de Aristóteles, la Metafísica, comienza acertadamente con esta frase “Todos los seres humanos aspiran por naturaleza al conocimiento”. La filosofía no pretende más – pero tampoco menos – que desplegar plenamente un impulso natural, la curiosidad intelectual.
El resultado no es una ventaja en el sentido corriente del término, una utilidad, más allá del pleno del saber. La filosofía no busca desarrollar un conocimiento especial paralelo al de otros ámbitos del saber, sino llevar a su plenitud la vocación de conocimiento inherente al ser humano. Por lo demás, un saber no utilitario no constituye ninguna novedad. Al contrario, todos conocemos qué es un saber como un fin en sí mismo: y así lo percibimos en los placeres sensoriales: en el goce de la vista, el oído, el gusto y el tacto. No es casual que un elemento de la filosofía, el concepto, derive etimológicamente de la actividad con que los lactantes exploran el mundo, es decir, de la palabra latina que significa “tomar”, “asir”, “agarrar”.
A quien domina plenamente un saber o una destreza lo llamamos “maestro”; los griegos le daban el nombre de sophos: “sabio”. Mientras que otros son maestros en un oficio, en asuntos legales (“juristas”) en la curación de enfermedades (“médicos”) o en cuestiones políticas (“políticos”), los filósofos buscan la maestría en el saber. Y dado que se trata de algo muy difícil de lograr, los filósofos, siguiendo a Platón, no reivindican a la sophia misma, sino sólo la philosophía: el amor a la sabiduría. El prefijo philo – expresa también, no obstante, la familiarización con lo presente y no el afán de conseguir algo inalcanzable. Para Platón el philosophos es un philomathés, alguien que encuentra en aprender un placer que nunca le sacia. A ello se añade un segundo factor: por lo común nuestros conocimientos son sólo competentes en un ámbito restringido, mientras que la filosofía busca una comprensión competente de todo y en general: un saber sobre la totalidad de la naturaleza, un saber sobre lo que es bueno y justo de manera universal y absoluta; y, en particular un saber sobre el propio saber. La filosofía intenta explicar qué es un concepto apropiado y una argumentación bien fundada, y cómo se organizan conceptos y argumentos en una relación ordenada.
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