miércoles, 11 de abril de 2012

CSV - CUARTOS MEDIOS - PRIMER TRIMESTRE 2012 - TEXTOS DE ESTUDIO Y LECTURA - LOS MITOS

TEXTO 4: LA SABIDURÍA DE LOS MITOS.
AUTOR: LUC FERRY.
LIBRO: “APRENDER A VIVIR II”.
AÑO: 2009


Centenares, incluso millares de obras y artículos se han consagrado a la única cuestión del estatus de los mitos griegos: ¿Hay que clasificarlos bajo el epígrafe “cuentos y leyendas”? ¿O en la sección religiones? ¿Al lado de la literatura y la poesía? ¿O mejor en las esferas de la política y la sociología? La respuesta que aporto en este libro es muy clara: en primer lugar y ante todo, la mitología, tradición común a toda una civilización y religión politeísta, no es por ello menos una filosofía hecha relato, un intento grandioso con intención de responder de manera laica a la cuestión de la buena vida por medio de lecciones de sabiduría vivas y carnales, vestidas de literatura, poesía y epopeyas, y no enunciadas dentro de argumentaciones abstractas. En mi opinión, es esta dimensión indisolublemente tradicional, poética y filosófica de la mitología la que hace que todavía tenga para nosotros interés y encanto.

La mitología nos suministra mensajes de una profundidad sorprendente, perspectivas que abren a los humanos las sendas de una vida buena sin recurrir a las ilusiones del más allá, una manera de enfrentar la “finitud humana”, de plantar cara al destino sin sostenerse en los consuelos que las grandes religiones monoteístas pretenden aportar a los hombres apoyándose en la fe. La mitología esboza, tal vez por primera vez en la historia de la humanidad, los lineamientos de lo que he denominado una “doctrina de la salvación sin Dios”, una “espiritualidad laica”, o si se quiere todavía con más simplicidad, una “sabiduría para los mortales”. Representa de este modo un intento admirable con vistas a ayudar a los hombres a “salvarse” de los miedos que les impiden acceder a una buena vida.

Para comprender bien esta articulación entre mitología y filosofía, para medir el significado y la importancia de las lecciones de vida que van a aportar las dos, cada una a su manera pero ligadas entre ellas, hay que partir de la idea de que a los ojos de los griegos el mundo de los seres conscientes, de las personas, se divide antes que nada entre mortales e inmortales, entre hombres y dioses.

La principal característica de los dioses es que escapan a la muerte: en cuanto nacen (pues no han existido siempre), viven eternamente y lo saben, por lo que según los griegos son “bienaventurados”. Por supuesto, de vez en cuando pueden tener problemas, como Hefestos (o Vulcano) cuando descubre que su mujer, la sublime Afrodita, diosa de la belleza y el amor, le engaña con su compañero de guerra, el terrible Ares (Marte). A veces los bienaventurados son desgraciados. Sufren como mortales, experimentan pasiones como ellos: amor, celos, odio, ira,…suelen mentir y ser castigados por el dueño de todos, Zeus. Pero al menos hay un sufrimiento que desconocen y es sin duda el más funesto de todos: aquél que está ligado al miedo a la muerte, pues para ellos el tiempo no cuenta, nada es definitivo, irreversible, irremediablemente perdido, lo que les permite afrontar las pasiones humanas con una altura de miras y una distancia a las que nosotros no podríamos aspirar. En su esfera todo puede acabar por arreglarse un día u otro.

Nuestra principal característica, simples humanos que somos, es a la inversa. Al contrario que los dioses y los animales, somos los únicos seres de este mundo que tienen plena conciencia de lo Irremediable, por el hecho de que vamos a morir. No solamente nosotros, sino además también los que amamos: nuestros padres, nuestros hermanos y hermanas, nuestras mujeres y nuestros maridos, nuestros hijos, nuestros amigos… Constantemente sentimos que el tiempo pasa y que, sin duda, a veces nos aporta mucho – la prueba: amamos la vida -, pero inevitablemente también nos quita lo que más queremos. Y aunque parezca mentira, somos los únicos que notamos con una intensidad sin igual que en nuestras existencias hay, incluso antes del término último que es la muerte propiamente dicha, lo irreversible, lo irreparable, lo “nunca más”.
Los dioses no padecen nada de esto y con razón, ya que son inmortales. En cuanto a los animales, en la medida en que podamos valorarlos, apenas piensan en esos asuntos, y si a veces son conscientes un instante fugaz, es sin duda de forma muy confusa y sólo cuando el fin es inminente. Por el contrario, los humanos son como Prometeo, uno de los personajes más importantes de la mitología: piensan “por anticipado”, son “seres de lejanías”. Siempre tratan más o menos de anticipar el futuro, reflexionan sobre ello, y como saben que la vida es corta, y escaso el tiempo, no pueden evitar preguntarse qué hay que hacer…

Hay dos formas de enfrentar nuestra “finitud”. Se puede en primer lugar intentar tener hijos o como se dice con mucha propiedad, una “descendencia”. ¿Cuál es la relación de esa descendencia con el deseo de eternidad que alumbra en nosotros la contradicción entre la certeza de la muerte y el placer de la vida? En realidad es muy directa, pues sabemos muy bien que a través de nuestros hijos, algo de nosotros continúa sobreviviendo más allá de nuestra desaparición. En lo físico y en lo moral: los rasgos del cuerpo y del rostro, así como los del carácter, se encuentran siempre más o menos en aquellos que hemos criado y amado. La educación siempre es una transmisión y toda transmisión es en cierto modo una prolongación de uno mismo que nos rebasa y no muere con nosotros. Dicho esto, sean cuales sean la grandeza y las alegrías de la vida de los padres – las preocupaciones también…- sería absurdo pretender que basta con tener hijos para acceder a la vida buena. Menos aún para superar el miedo a la muerte. Todo lo contrario. Pues esta angustia no nace principalmente de uno mismo sino que atañe a los que amamos, empezando por los hijos.

Así pues, es necesaria otra estrategia: la del heroísmo y la gloria que proporciona. He aquí la idea que se esconde detrás de esta convicción singular: el héroe que lleva a cabo acciones impensables para los simples mortales – como Aquiles, Ulises, Heracles, Jasón – escapa al olvido que normalmente engulle a los hombres. Se aleja del mundo de lo efímero, de lo que no tiene más que un tiempo, para entrar en una especie, si no de eternidad, a menos de perennidad que lo asemeja en cierto modo a los dioses. No hay equivoco: esta gloria, en la cultura de los griegos no es equivalente de lo que hoy podríamos llamar “notoriedad mediática”. Se trata de otra cosa, más profunda, que procede de esa convicción que atraviesa toda la antigüedad según la cual los humanos están en competencia permanente no sólo con la inmortalidad de los dioses, sino también con la de la naturaleza. Intentemos resumir en unas palabras el razonamiento que sirve de base a este pensamiento crucial.

En primer lugar hay que recordar que, en la mitología, al principio, la naturaleza y los dioses son una sola cosa. Gea por ejemplo, no es sólo la diosa de la tierra ni Urano el dios del cielo o Poseidón el del mar: son la tierra, el cielo y el mar, y a los ojos de los griegos está claro que estos grandes elementos son eternos al igual que los dioses que los personifican. Tratándose de la naturaleza, esta perennidad está, además, prácticamente demostrada y se puede verificar experimentalmente. ¿Cómo se sabe? Al menos, en un primera aproximación, mediante la simple observación. En efecto, todo en la naturaleza es cíclico. Invariablemente, el día sucede a la noche, y la noche al día; el buen tiempo acaba siempre por llegar después de la tormenta, como el verano después de la primavera y el otoño después del verano. Los principales acontecimientos que marcan la vida del mundo natural evocan, por así decirlo, nuestros recuerdos. Siempre van a volver a ocurrir, no los podemos olvidar. Por el contrario, en el mundo humano, todo pasa, todo es perecedero, la muerte y el olvido terminan por llevárselo todo: las palabras que se pronuncian así como las acciones que se llevan a cabo. Nada es duradero… ¡salvo la escritura!

Así es, los libros se conservan mejor que las palabras, mejor que los hechos y que los gestos y si, por sus acciones heroicas, por la gloria que proporcionan, uno de los héroes – Aquiles, Heracles, Ulises u otro – logra convertirse en el protagonista de una historia u de un relato literario, entonces sobrevivirá en cierto modo a su desaparición, aun cuando no fuera más que por el recuerdo que permanece en nuestras mentes.
Sin embargo, a pesar de la fuerza de convicción subyacente a esta apología de la gloria hecha perenne mediante la escritura, la cuestión de la salvación – lo que nos puede salvar de la muerte o, al menos, de los miedos que ella suscita – no está todavía zanjada.

De ahí el interrogante fundamental, el interrogante al cual es preciso responder si queremos comprender al mismo tiempo el sentido filosófico y el hilo conductor más profundo de los mitos griegos: si la descendencia y el heroísmo, la filiación y la gloria, no permiten afrontar la muerte con más serenidad, si no proporcionan un acceso verdadero a la vida buena, ¿Hacia qué sabiduría dirigirse? Ésta es la cuestión más importante, cuestión que la mitología va a legar, por así decirlo, a la filosofía. En muchos de sus conceptos más antiguos, y en el principio de su historia, la filosofía no será más que una continuación de las ideas de la mitología por otras vías: las de la razón. Unirá de manera indisoluble las nociones de “vida buena” y sabiduría a la de una existencia reconciliada con el universo, con lo que los griegos denominan “el cosmos”. La vida en armonía con el orden cósmico, he aquí la verdadera sabiduría, la vía autentica de salvación en el sentido de lo que nos salva de los miedos y nos hace así ser más libres y abiertos a los demás.

En la mayor parte de la tradición filosófica griega hay que imaginar el mundo antes que nada como un orden magnífico a la vez que armonioso, justo, bello y bueno. Eso es exactamente lo que designa la palabra cosmos. En opinión de los estoicos, por ejemplo, a los que con mucha razón se refiere el poeta latino Ovidio en sus Metamorfosis (obra en la que reinterpreta los mitos que tratan del nacimiento de mundo) el universo se asemeja a un organismo vivo magnífico. Para hacerse de una idea de ello, puede comparársele casi enteramente con lo que un médico, fisiólogo o biólogo descubre cuando diseca un conejo o un ratón. ¿Qué es lo que ve? En primer lugar, que cada órgano esta maravillosamente adaptado a su función: ¿hay algo mejor que un ojo para ver, que los pulmones para oxigenar los músculos, que el corazón para irrigarlos de sangre? Todos estos órganos son mil veces más ingeniosos, más armoniosos y también más complejos que todas las maquinas concebidas por los hombres. Pero, además, nuestro biólogo llega a otra conclusión: ve que el conjunto de esos órganos, que ya considerados por separado son asombrosos, forma un todo coherente, “lógico” – en el sentido de lo que los filósofos estoicos denominaban el logos: el ordenamiento coherente del mundo y el discurso sobre él- infinitamente superior a todas las invenciones humanas. Desde ese punto de vista, hay que reconocer que la creación de un animal, siquiera el más humilde, una hormiga, un ratón o una rana, está todavía en nuestros días fuera del alcance de nuestros laboratorios científicos más sofisticados.
La idea fundamental aquí es que en ese orden cósmico, que más adelante desvelará la teoría filosófica – veremos cómo, según los grandes relatos mitológicos, Zeus acabará por imponer ese orden en el transcurso de las guerras que deberá dirigir contra las fuerzas del caos – cada uno de nosotros posee su sitio, su “lugar natural”. Desde ese punto de vista, la justicia y la sabiduría consisten fundamentalmente en el esfuerzo que hacemos para acoplarnos en él. Debemos encontrar nuestro lugar en la vida y retornar a él so pena de no estar en condiciones de cumplir nuestra misión en el seno del universo y de ser entonces desgraciados: he aquí un mensaje que la filosofía griega, al menos en su mayor parte, va a poder extraer de la mitología.

Detrás de esta voluntad de adaptarse al mundo, de encontrar su justo lugar en el seno de todo orden cósmico, se esconde en realidad una idea más oculta que se acerca a nuestro interrogante sobre el sentido de la vida de los mortales, de los que saben que van a morir: el mensaje consiste en pensar que el cosmos es eterno. Una vez incorporado al cosmos, una vez que su vida entra en armonía con el orden cósmico, el sabio comprende que nosotros, hombrecillos mortales, no somos en el fondo más que un fragmento suyo, un átomo de eternidad, por así decirlo, un elemento de una totalidad que no podría desaparecer, de modo que, en última instancia, la muerte deja de ser un problema para el sabio auténtico porque ya no tiene nada verdaderamente real. O mejor dicho, no es más que el paso de un estado a otro, un paso que como tal, no debe asustarnos más.

De ahí el hecho de que los filósofos griegos recomienden a sus discípulos que no se contenten con palabras, que no se limiten a meros discursos abstractos, sino que practiquen concretamente ejercicios que tiendan a ayudar a los mortales a liberarse de los miedos absurdos ligados a la muerte a fin de vivir en “armonía con la armonía”, es decir, en consonancia con el cosmos.
Está claro que eso no es más que una formulación completamente abstracta y, por así decirlo, reducida de esta sabiduría antigua. En la realidad de la vida humana, el trabajo que consiste en adaptarse al mundo consta de múltiples facetas. Es un trabajo singular en todos los sentidos del término, una tarea fuera de lo común: sólo los que aspiran a la sabiduría van a comprometerse, y ésta tarea al “común de los mortales”, precisamente le es ajena. Pero también es una empresa singular en el sentido de que cada uno de nosotros debe comprometerse por su propia cuenta y a su manera. Ninguno puede, en nuestro lugar, recorrer el itinerario que conduce a vencer sus miedos para adaptarse al mundo y encontrar en él su lugar. El objetivo último, formulado de manera general es la armonía, pero cada individuo debe buscar su forma de conseguirla. Encontrar su senda, que no es la de los otros, puede por lo tanto constituir la tarea de toda una vida.

un par de videos explicativos sobre los mitos.



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